“LA RELECTURA”, POR PEDRO LUIS BARCIA


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“LA RELECTURA”, POR PEDRO LUIS BARCIA Compartí

Por Pedro Luis Barcia

Profesor y exdirector de la Diplomatura en Cultura Argentina

 

 

LA RELECTURA

 

 

La más perdurable y valiosa de las rerre que se postulan por todos lados, y la menos practicada, es la relectura. Pese a sus probados beneficios. Porque el retorno a un texto valioso ya cursado nos habilita para una comprensión más profunda de él y, con ello, pasamos a la intralectura y a la sotolectura (para algo están los prefijos: para usarlos).

El conocido libro de Nicolás Carr sobre Internet, Superficiales (2012), trae una frase que cifra páginas de exposición: “Navegar en Internet es surfear. Leer un libro es bucear”. Asigún, diría un paisano, asigún el lector y el surfista.  Pero releer es siempre profundizar, internarse en mayores honduras.

Borges apuntaba:“‘Que otros se jacten  de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer’, dije alguna vez. No sé si soy un buen escritor, creo ser un excelente lector, o, en todo, caso, un sensible y agradecido lector”.[1] Pudo agregar, aun con mayor restricción, que se jactaba, todavía más, de los libros que había releído. Posiblemente puedan postularse como merecedores de relectura los libros que él enlistó en su “Biblioteca Personal”, de cuyo proyecto solo alcanzó a prologar 72 obras,[2]  listado que tejió y destejió, asistido por la fiel María Kodama, una nómina de obras de lo que definió como “una biblioteca de preferencias”.

En un segundo nivel de restricción, un periodista le preguntó a Borges cuáles serían los tres libros que llevaría una isla desierta. Naturalmente, su reacción liberal frente a la limitación arbitraria de la propuesta, fue inquirir por qué no podía llevar más. Pero se decidió, finalmente, por uno solo: la Biblia. Cuando el reportero inquirió por la razón de su elección, le espetó: “Porque son muchos libros en uno”. Con lo cual, volvió por su principio de burlar los encasillamientos y las prefijaciones.[3]

En varios pasajes de su obra, Borges, encomia la relectura. Y advierte que pocos son los libros que la merecen. Recuerdo, cuando era yo estudiante de Letras y,  para concretar una monografía para Juan Carlos Ghiano  -crítico de afinidad radical pero con la suficiente flexibilidad para reconocer los valores de la obra de quien tenía otra posición política-, visitaba a Marechal durante su insularidad política, en el departamento porteño, me sorprendió  la exigüidad de su biblioteca personal, cuyo cuerpo  tenía cuatro estantes y una anchura de dos metros, no más, y que represaba   unas doscientas obras,  a las que se veía  muy manidas por la frecuentación. Allí estaban los libros a los que volvía con ojo diurno y nocturno: Platón, la Biblia, una antología de presocráticos, etc.  Cuando le pregunté por qué estrechaba a esos pocos volúmenes sus lecturas, me contestó: “Son suficientes: los clásicos y los dilectos, los que merecen relectura”…

[1] Borges, Jorge Luis. “Biblioteca personal”, En Biblioteca personal. (Prólogos). Madrid. Alianza Editorial, 1988, p. III

[2] V. Borges, Jorge Luis. Biblioteca personal. (Prólogos)., ob. cit. Además de los 72, circularon tres tomos más sin prólogo borgesiano: El libro de los muertos y El problema del tiempo (2 tomos), de Alexander Grunn. Cabe señalar que de la selección definitiva quedaron excluidos 31; puede verse su lista en la p.132 de la ob. cit. La editorial Hyspamérica, sede del proyecto, le había solicitado un plan con un centenar de obras. Borges solía decir que “los cien que se le habían pedido constituían ya un exceso” (ob.cit. p. I). Se sabe, Borges no rendía culto a estas supersticiones de los 100 mejores libros, u otro tipo de números fijos. Recuérdese la respuesta que dio a la mujer que, en el velorio de su madre, se lamentaba de que doña Leonor no hubiera alcanzado los 100 años y muriera unos años antes: “Se ve que la señora tiene un respeto por los números …”

[3] Cuando a Chesterton le preguntaron sobre qué libros llevaría a una isla desierta, respondió sin dubitar: “Un Manual para construir botes”. Con ello afirmaba la condición social del hombre y su anhelo de reinsertarse en el seno de la comunidad humana...

 

 

 


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