“La historia del carnaval porteño en el nacimiento de una nación”, por EZEQUIEL ADAMOVSKY


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En el Día de los Afroargentinos y de la Cultura Afro (8 de noviembre), la introducción de La fiesta de los negros, nuevo libro del historiador, permite adentrarse en una columna vertebral de la cultura popular argentina, en el período 1810-1910.

Infobae – Hay que ver lo que era Buenos Aires en carnaval. Hay que ver la alegría, la locura, la diversión descontrolada que se adueñaba de la ciudad cuando recién dejaba de ser una gran aldea, cuando sus calles empedradas todavía no tenían luz eléctrica y comenzaban a transitarlas los primeros tranvías. Hay que ver lo que era esa urbe fantástica, poblada de personas de mil procedencias, cuando se volcaba de lleno a festejar el carnaval. La ciudad entera salía a la calle. Grandes y chicos jugaban a arrojarse agua durante el día y miraban el espectáculo de las comparsas por la tarde. Los adultos continuaban luego en alguno de los bailes de máscaras que había por todas partes. Buenos Aires quedaba completamente absorbida por la celebración.

Mirando los pequeños corsos actuales, nadie podría sospechar la extraordinaria masividad que alcanzaban a fines del siglo XIX. Por entonces Buenos Aires crecía vertiginosamente. En 1855 ya contaba con 92.000 habitantes. Para 1869 el número se había duplicado y en 1887 sobrepasaba los 433.000, para saltar a 1.570.000 en 1914. En poco tiempo, la ciudad se había ubicado entre las diez más grandes y cosmopolitas del mundo.

La proporción de los que participaban en el carnaval era extraordinariamente alta. En 1881 un diario estimó que había 150.000 personas en la calle, algo así como un tercio de la población total, un dato confirmado por otros observadores. Otro periódico calculó 80.000 almas en 1888 en el corso central, que ese año se extendió a lo largo de 150 cuadras. En 1907 un matutino anotó que “solamente” un tercio de los habitantes de la ciudad había tomado parte en la celebración, algo así como 367.000 personas. Cierto que no eran solo residentes: el carnaval atraía cada año visitantes del interior del país y de Montevideo. En 1870, un observador calculó que habían llegado 20.000 de estos turistas festivos.

Los contemporáneos tenían la sensación de que la celebración era imponente. “En poco tiempo el carnaval de Buenos Aires adquirirá el renombre del mejor del mundo”, decía uno en 1888. “Difícilmente habrá un pueblo que se divierta más que el nuestro en los días de carnaval”, opinaba otro. Claro que los porteños no son muy de fiar cuando hablan de su propio valer. Pero esa impresión era compartida por observadores extranjeros. Uno británico, por ejemplo, anotaba que “en ninguna parte de Europa, y creemos en ninguna parte del mundo, la temporada de carnaval capta tanto la mente del público como en Buenos Aires”. Pasando revista a los carnavales de Europa y de América, una enciclopedia publicada en Barcelona en 1888 afirmaba que “Buenos Aires y Montevideo son quizás los países más alegres del mundo durante el carnaval”. De toda América Latina, eran las únicas dos ciudades que merecían atención: el carnaval de Río de Janeiro, hoy emblemático, todavía no rivalizaba con los del Río de la Plata. Los porteños y porteñas se entregaban como pocos al reinado de Momo. “Si la pasión popular se midiera por el número de cabezas que determinados objetivos congregan, probablemente resultarían estas fechas y estas celebraciones de las que más interesan al corazón y la imaginación del pueblo”, anotaba el diario La Nación

 

 

EZEQUIEL ADAMOVSKY,

historiador y profesor de la Diplomatura en Cultura Argentina

 

 

 


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