“‘Estar en Pampa y la vía’, la historia de la frase que todos usamos y habla de un lugar que ya no existe”, por DANIEL BALMACEDA
La Nación – Luego de que Juan Manuel de Rosas fuera vencido por Justo José de Urquiza en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, los terrenos de Buenos Aires que le habían pertenecido pasaron a manos del Estado. La mayor superficie, en Palermo y Belgrano, se convirtió en Parque 3 de febrero, que en su nombre recuerda la fecha de aquella batalla.
El inmenso pulmón de la ciudad se inauguró en 1875. Al año siguiente comenzó a funcionar el Hipódromo Argentino -también llamado Hipódromo de Palermo- en las avenidas Vértiz (hoy Libertador) y Dorrego. En 1877, en el rincón más alejado de aquellas tierras confiscadas se alzó uno nuevo: el Hipódromo Nacional o Hipódromo de Belgrano. Estaba ubicado en el sitio donde hoy se emplaza el espacio conocido como Barrio River. De hecho, el trazado curvo de la calle Victorino de la Plaza permite establecer cuál era uno de los codos de la pista. El restante se ubicaba donde hoy se encuentra el estadio Monumental de River Plate.
El Hipódromo de Belgrano fue centro de reunión social y deportiva durante años, por más que estaba alejado del centro. Para llegar hasta el mencionado circo de carreras, las posibilidades eran viajar en tren del Ferrocarril Central Argentino (que al nacionalizarse se convirtió en el Mitre) hasta las Barrancas de Belgrano. Desde allí, caminar o tomar el tranvía a caballo en Pampa y Montañeses, junto a las vías de ferrocarril.
La alternativa era el tranvía de la compañía The Buenos Aires and Belgrano Tramways que salía de Plaza de Mayo y terminaba su recorrido en las actuales Libertador y Monroe, a escasa distancia del hipódromo. Esta variante era aprovechada por aquellos que no estaban cerca de las estaciones del ferrocarril. Por ejemplo, le convenía a los que se encontraban en las cercanías de las avenidas Santa Fe y Pueyrredón (se llamaba Centro América)…

El cruce a nivel por La Pampa en 1990. La calle antes se llamaba Pampa a secas.
Crédito: Gabino Gómez – La Nación.
historiador y profesor de la Diplomatura en Cultura Argentina
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