Un nuevo paso de Francisco en busca de la “revolución cultural”


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Un nuevo paso de Francisco en busca de la “revolución cultural” Compartí

* Por Sergio Rubin

La Iglesia apunta a mostrar una imagen de Dios menos severa. Pero no hay un cambio de doctrina: el aborto sigue siendo un “pecado muy grave”.

La primacía de la caridad -el principio por antonomasia del cristianismo (“Dios es amor”; “Amarás a Dios con toda tu fuerza… y al prójimo como a ti mismo”)- y, por tanto, del perdón divino y del mandato evangélico de perdonar (“setenta veces siete”), es ciertamente el eje de la revolución cultural” que el Papa Francisco lleva adelante en la Iglesia. No es una “revolución doctrinaria” porque, como salta a la vista, no se modifica ningún principio, sino que es un empeño en un cambio de estilo, de acento debido a que, a lo largo de los siglos, por el énfasis puesto por la Iglesia en una prédica sobre el pecado, la culpa y el castigo y las consiguientes actitudes asumidas por muchos clérigos, se instaló entre los fieles una idea de un dios justiciero, severo, inflexible, no misericordioso.

En esa “revolución cultural” se inscribe la decisión del pontífice de facultar a los sacerdotes para que ellos mismos otorguen en el sacramento de la confesión el perdón de Dios (la absolución) a las mujeres que abortaron –y a quienes la asistieron: médicos, enfermeras, etc.- si efectivamente cumplieron con la exigencia básica: el arrepentimiento. Hasta ahora, sólo el obispo podía otorgar el perdón divino o el sacerdote con la autorización de su obispo. Ello era así porque se quería subrayar la gravedad del pecado del aborto. En rigor, quien abortaba y quien hacía el aborto caía en la excomunión automática. Por tanto, solo el obispo podía levantarla. Tras la decisión de Francisco, el Vaticano deberá modificar esta normativa del Código de Derecho Canónico para adecuarla a la nueva disposición.

Con todo, la decisión del Papa tiene un valor más bien simbólico en muchas iglesias particulares. Por caso, en Buenos Aires, cuando Antonio Quarracino asumió como arzobispo porteño, en 1990 –y debió renovar la facultad de sus sacerdotes para administrar la absolución como indican las normas- delegó en su presbiterio la facultad de administrar el perdón divino en los casos de aborto. Pero el Papa, en el marco del Año de la Misericordia, que cerró el domingo, quiso hacer el gesto de facilitar el acceso a la gracia de Dios precisamente para visibilizar mejor la misericordia divina. La decisión se veía venir porque, al comienzo del Año Santo, Francisco había dispuesto que todos los sacerdotes podían dar esa absolución durante los doce meses sin necesidad de la autorización de su obispo.

Con todo, el Papa señala en el documento conclusivo del Año de la Misericordia, que se difundió ayer, que su decisión no entraña una consideración más benigna acerca del aborto. Lo dice con todas las letras en el texto: esa intervención sigue siendo una falta muy grave. Es para la doctrina católica, y buena parte de la comunidad científica, la interrupción de la gestación de una nueva vida. Es, para la Iglesia, eliminar a un inocente. Lo cual no quiere decir que no haya atenuantes. No es lo mismo una mujer que, desesperada o presionada, recurre al aborto, que un médico que la interviene por dinero.

Por eso, el Papa subraya que la misericordia de Dios no tiene límites. Que, si una persona se arrepiente sinceramente, el Señor le abre sus brazos y la Iglesia la acompaña. El propio Francisco suele recordar que en su larga experiencia sacerdotal debió confortar a tantas mujeres que cargaban con el trauma de haber abortado.

Es cierto que la “revolución cultural” que lleva adelante Francisco no está exenta de incomprensiones, de resistencia, como cuatro cardenales conservadores que días pasados cuestionaron la decisión del Papa de que se puede dar la comunión a los divorciados en nueva unión tras un discernimiento caso por caso del obispo porque las razones del cónyuge pueden ser atendibles.

En definitiva, cambiar una cultura no es fácil.

Fuente: Diario Clarin