“SANTIAGO GARCÍA SÁENZ: LA LUZ QUE SE QUEDÓ”, POR PABLO GIANERA


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La primera muestra antológica del artista después de su muerte despliega toda su imaginación exuberante y religiosa.

La Nación – No fue nunca infrecuente que, al representar escenas de los evangelios, los pintores pusieran objetos cronológicamente lejanos y territorialmente injustificables. A Adam Willaerts, en el siglo XVII, no le molestó poner a flotar en el Mar de Galilea un barco de su época con otro del tiempo bíblico; tampoco que los atavíos hayan sido tan disímiles como las embarcaciones. Es famoso el fastidio de Charles Dickens cuando vio el Jesús pelirrojo de Cristo en la casa de sus padres, de John Everett Millais. A estos artistas no les importaba la verosimilitud sino la verdad.

A esa estirpe perteneció también el argentino Santiago García Sáenz (1955-2006), aunque con la salvedad de que en su caso, más que ese anacronismo verdadero, encontramos la exteriorización de una visión interior, la de quien está atento a una presencia, que es por un lado íntima, pero que sucede aquí y ahora, y por lo tanto es incompleta en quien ve, como en la cita paulina: la carne desea contra el Espíritu y el Espírito contra la carne. José María Poirier lo dijo de la mejor manera posible: “En esa suma entran el dolor y la alegría, la pérdida de la fe y su reencuentro, la selva y la ciudad, lo criollo y lo indio, los múltiples orígenes, lo claro y lo oscuro, hombres, animales, plantas, rocas, ríos, sol, ángeles, rayos, apariciones, santos y via crucis”.

La frase de Poirier pertenece a un ensayo incluido en el volumen Ángel de la Guarda, que había preparado el propio artista, y resumen lo que puede verse en Quiero ser luz y quedarme, la muestra en la Colección Amalita curada por Pablo León de la Barra y Santiago Villanueva, la primera después de su muerte.

[…] Desde ya, hay trabajo de la serie “Cristo en los enfermos”, que García Sáenz imaginó en 1990 cuando iba como voluntario con Liliana Maresca a acompañar enfermos internados en el Hospital de Clínicas, y se haría carne propia en el artista, muerto de VIH. Bien podría pensarse, al margen de las precedencias, que la relación entre lo que se define como “ingenuo” en la representación del artista era inseparable de su catolicismo y de la enseñanza evangélica de hacerse pequeño…

 

Mártires del Chaco, 2002 Serie Mártires Óleo sobre tela 100 x 150 cm Fotografía Ignacio Iasparra

 

PABLO GIANERA,

periodista y profesor de la Diplomatura en Cultura Argentina

 

 

 

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