Alta en el cielo. Vida y obra de Héctor Panizza

De Filippi – Daniel Varacalli Costas

Instituto Italiano de Cultura, Bs.As., 2017

Claro que sí, todos recordamos ese mágico estadio de un modo, diríamos, especial. Es el cuadro clásico de la trama escolar, tan lejano en el tiempo como profundo en el corazón.  El momento preciso se sitúa antes de entrar a clase, cuando ya  formados  en esa fila un tanto corcoveante, los minutos se vuelven interminables para el inquieto y febril espíritu infantil. Entonces,  cuando señorea  el frío en las  breves mañanitas  de invierno, de lo más hondo de las gargantas,  un trémulo canto sube airoso al cielo, como perdiéndose en la eternidad.

No éramos demasiado conscientes del acontecimiento, quizás distraídos por cualquier contingencia de la cotidianeidad más prosaica. Pero había allí sin embargo, -lo adivinábamos,  secretamente lo sabíamos- una trascendencia inmanente, algo que estaba más allá de nosotros mismos, que de un modo misterioso nos involucraba pero que al mismo tiempo nos trascendía.

La noche se retira callandita. Fiat lux. Señorea en los espíritus el momento inaugural del despuntar del día,  cuando la luz comienza a llegar  cotidianamente a las mentes virginales. Es la claridad de la aurora del conocimiento.

Hay que reconocer  que no entendíamos de un modo, se puede decir, perfecto, la letra, ni tampoco muy bien del todo lo que ella nos quería decir. No era nuestra responsabilidad.  Es que según se mire puede encontrarse un contenido críptico en ella, que  impide la exacta comprensión  de su significado. Después de todo, en la identidad simbólica siempre hay algo de eso. Sin embargo, todos intuíamos que había  ahí un significado magnífico y sublime que nos hacía sentir argentinos. Alta en el cielo/ un águila guerrera/audaz se eleva/ en vuelo triunfal. Con el clarear de cada amanecer, nuestro corazón se vestía cada día de celeste y blanco.

El libro de De Felippi y Varacalli nos remite a esos momentos  estelares de nuestros primeros pasos. Es la vida y obra de Héctor Panizza, como los propios autores lo identifican, uno de los músicos más importantes que dio la Argentina y acaso el director de orquesta más notable de toda Latinoamérica. A él le sería concedido el mérito de componer Aurora, la célebre ópera cuya aria, llamada La canción de la bandera,  ha sido entonada por los alumnos de las escuelas del país; desde que hace casi ochenta años se dispuso su canto como himno obligatorio al izar y arriar el pabellón nacional.

Mucho se ha discutido sobre la dual identidad de Panizza: ¿argentino en Italia o italiano en la Argentina? En todo caso, su  dilatada y fructuosa existencia muestra que él no necesitó renunciar a una de ellas para ser quien fue, porque la sangre del pueblo que habita una tierra bendita  ha sido conformada, y en no menor medida,  por transfusiones peninsulares que conforman  constitutivas pulsiones existenciales, como lo muestra la misma condición de los propios autores. Las grafías de los apellidos de los compositores que conformaron el  llamado cancionero patrio certifica ese rico aporte migratorio: Parera, Chassaing, Smith, Corretjer, Benielli, Romano.

En la zona lacustre de Erba (Italia),  en una mañana como las que albergan  miles de gargantas infantiles a lo largo y a lo ancho de la patria, Panizza compuso su célebre  canción. La letra correspondió a un consagrado libretista de Puccini. La ópera se estrenó dos años más tarde, en el Teatro Colón, el 5 de septiembre de 1908, con escenografía de Pío Collivadino, un talentoso artista de la época, también  con brillo propio en la pintura nacional.

La obra de De Filippi y Varacalli hace justicia no sólo a la brillante personalidad del compositor y director ítalo-argentino, que paseó su arte egregio por los principales escenarios de la lírica mundial. Ella también brinda generosamente un panorama detallado y completo de la música en el escenario internacional de su tiempo. Héctor Panizza es un argentino universal.

El trabajo de los autores ha sido bien amplio y los resultados  están a la vista para beneficio del lector. En su estructura propia el volumen se compone de una introducción y tres grandes partes: la vida, la obra y una tercera con cinco apéndices de valor documental, desde un anecdotario  a la discografía. El Instituto Italiano de Cultura de la respectiva embajada ha contribuido a esta investigación, que también cuenta con el auspicio institucional del Teatro Colón, de Buenos Aires.

Han pasado muchos años, y ahora se comprende mejor el símbolo. Parece sin embargo, que el estereotipo hubiera matado el espíritu. El símbolismo apela a la comunión,  la común unión de una sociedad desgastada por fratricidios morales. La generación del ochenta fue la constructora de una nacionalidad  y para ello prohijó una verdadera religión política, y Aurora  -como los autores lo señalan- fue una pieza de ese proyecto. También deberíamos distinguir en la virtud de la piedad y la ideología, pero esto es casi imposible en los hechos.

La letra de una ascendente oración que es también un culto a la piedad patriótica suena lejana en el tiempo, pero todavía expresa con cierto aire majestuoso  el reconocimiento de un don divino. Es la bandera/de la patria mía/del sol nacida/que me ha dado Dios.

Dan ganas de cerrar con un amén, porque hay cosas que así han de ser. En su sentir criollo Luis Landriscina dice que él tenía unos planes para su vida, pero  la historia se escribió de otra manera porque “de arriba ordenan las cosas”. Los griegos dirían que es el mandato de los dioses, y esencialmente, tenían razón. Como siempre, ellos apuntaron a la verdad.

RB

El 18 de abril de 2017 se realizó el homenaje del Teatro Colón al maestro Héctor Panizza, mediante la presentación del libro Alta en el cielo – Vida y obra de Héctor Panizza, de Sebastiano De Filippi y Daniel Varacalli Costas. Se trata del primer libro sobre el gran maestro ítalo-argentino, que incluye un catálogo completo de composiciones, cronologías, discografía, bibliografía, índice de nombres, biografías de los autores.