“LOS 90 AÑOS DE ‘SUR’. EL LEGADO DE LA REVISTA QUE CAMBIÓ LA CULTURA ARGENTINA”, POR PABLO GIANERA
Hace nueve décadas salía de imprenta el número 1 del audaz proyecto que imaginó y realizó Victoria Ocampo; dificultades, rechazos y una deuda impagable.
La Nación – Para empezar a entender qué fue la revista Sur podría bastar, antes que las cronologías exhaustivas y las investigaciones académicas, un testimonio de lector: José Bianco. Se dirá que Bianco, durante varios años (hasta sus diferencias con Victoria Ocampo) secretario de redacción, es un lector interesado. Eso depende: podría ser que nadie esté más cansado de algo que quien lo hizo. Contaba entonces Bianco en 1976 que se había mudado y que, aun con menos lugar, había decido conservar su colección encuadernada de Sur, cariñosamente ordenada en su biblioteca: “Solía llevar un tomo a mi cuarto para hojear por la noche […] Casi siempre, al cerrar el tomo, no podía menos de pensar: ¡Qué buena revista! Variada, y a la vez estable, consecuente, parecida a sí misma; seria, pero no tediosa; ágil, pero no superficial”. Casi todo dicho.
Suele decirse, con bastante razón, que no hay nada que retenga el couleur du temps como las revistas. La conquista mayor, lo prueba la frase de Bianco, es que además de conservar su color, ese color coloree el del nuestro tiempo. Sur logró eso. Por eso ocurre a veces que cuando uno quiere saber algo sobre el pasado lee el diario del día, y cuando quiere saber algo del presente, puede leer una revista del pasado. Se cumplen en 2021 90 años del origen de ese pasado de Sur. El colofón del número 1 dice: “principios de enero de 1931″, aunque algo así, no se hace de un día para otro. Le costó mucho a Waldo Frank convencer a su amiga Victoria Ocampo para que empezara a publicar la revista. Menos le habrá costado a José Ortega y Gasset sugerirle el nombre. Las dos fotos del día fundacional de Sur en la casa de la calle Rufino de Elizalde, fueron tomadas en realidad hacia 1930. Con todo, no todos los que aparecen en esa foto fueron después decisivos en su historia (Oliverio Girondo, por ejemplo), y otros que no estaban lo serían (el propio Bianco). Sur fue un organismo que, por lo menos hasta mediados de la década de 1960, consiguió ir cambiando en el interior de una permanencia.
Por otra parte, la idea de “grupo”, referida a Sur, resulta problemática. Lo que se llama “grupo Sur” parece haber sido más bien una formación heteróclita que excedía a la revista y a la editorial, aunque sería inconcebible sin ellas. Esta condición torna especialmente difícil la determinación de su posición política. Con todo, es posible, como observó Oscar Terán (Historia de las ideas en la Argentina), diseñar algunos de los rasgos centrales de su proyecto intelectual: “liberalismo aristocrático, espiritualista y cultural”. Así definido, el grupo habría sido transmisor de “un mensaje elitista y cosmopolita”. Terán resume típicamente la perspectiva de la izquierda, cuyas críticas eran muy anteriores. En realidad, al no tener una identidad fija (su orientación podría definirse vagamente de “demoliberal”) recibió ataques de la derecha nacionalista y de la izquierda, y notablemente autores de los dos campos escribieron en Sur. Esto explica algo más relevante: que Sur, el grupo, no conformara un frente estético de ambiciones artísticas comunes. Nada tenían que ver Jorge Luis Borges y Jean-Paul Sartre, por decir dos nombres.
Mucho más acá en el tiempo, Ricardo Piglia objeta el “carácter antológico” de Sur y refuta que le debamos la difusión de la mejor literatura extranjera de la época. Sus pruebas son que ni el Ulises, de Joyce, ni En busca del tiempo perdido, de Proust salieron con el sello de Sur. Al margen de que Sur tenía una exigencia sobre sus traducciones de la que otras editoriales preferían prescindir, la frase tiene el doble demérito de ser inexacta e injusta (es injusta porque es inexacta). Algunos casos: en el número 5 de Sur salió el crucial ¿Qué es metafísica?, de Martin Heidegger en traducción de Raimundo Lida (faltaba para la versión de Xavier Zubiri); Jack Kerouac se leyó por primera vez en castellano en Sur (El ángel subterráneo, traducción de J.R. Wilcock); aún más, la Escuela de Frankfurt, que tanto influyó sobre el propio Piglia, se conoció en nuestra lengua, primero en uno de esos números dedicados a una literatura nacional (aquí Alemania y fragmentos de Minima moralia, de Adorno) y después en la colección de Estudios Alemanes dirigida por H. A. Murena, en la que se tradujeron ensayos de Walter Benjamin. La honestidad de Sur llegaba al punto de proveer los instrumentos de su martirio intelectual. Esto habría complacido a Victoria Ocampo…
La foto fundacional, con Ocampo, Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea, Oliverio Girondo, Norah Borges, Pedro Henríquez Ureña y Ernest Ansermet, entre otros
PABLO GIANERA,
periodista, crítico de música y literatura y profesor de la Diplomatura en Cultura Argentina
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