“LA INMIGRACIÓN EN 200 AÑOS DE HISTORIA ARGENTINA”, POR FERNANDO DEVOTO


Compartí

“LA INMIGRACIÓN EN 200 AÑOS DE HISTORIA ARGENTINA”, POR FERNANDO DEVOTO Compartí

LA INMIGRACIÓN EN DOSCIENTOS AÑOS DE HISTORIA ARGENTINA

 

Por Fernando J. Devoto *

 

Artículo publicado por primera vez en 2010, en el Bicentenario de la Revolución de Mayo

Se divulga como homenaje a nuestros antepasados inmigrantes por el Día del Inmigrante,

celebrado el 4 de septiembre de 2019

 

En una fecha no bien precisada, pero que muchos indicios sugieren colocarla en torno a la primera mitad de la década de 1880, Marco, un niño genovés de 13 años, hijo de obreros, decidió emprender solo el camino de América. La decisión, tomada en una cena familiar junto a su padre y a su hermano mayor, estaba motivada por la necesidad de buscar a su madre que había partido dos años antes y de la cual la familia no tenía noticias desde hacía un año.  La madre había decidido emigrar desde Génova a Buenos Aires cuando Marco tenía 11 años, para obtener algunos ingresos extras que ayudasen a la maltrecha economía familiar. Llegada a Buenos Aires se había empleado, como muchas otras mujeres de la región, en el servicio doméstico de una acomodada familia argentina. Las cartas de la mujer llegaron regularmente durante un año a su familia, pero luego cesaron. Así, Marco, que era el único que no trabajaba y por ello podía emigrar, decidió seguir su mismo itinerario y partió sin acompañantes en barco desde Génova a Buenos Aires, en una travesía que duraría 27 días. Llegado a Buenos Aires, se dirigió al domicilio de la familia argentina, pero ni la misma ni su madre vivían ya allí. A través de informaciones confusas y fragmentarias que le iban dando sucesivamente diferentes personas, y de ayudas ocasionales, ya que no disponía de dinero, Marco prosiguió su periplo en busca de su madre. En un barco a vela de otros genoveses que transportaban fruta se dirigió por el río Paraná a la ciudad de Rosario donde le habían dicho que su familia se había mudado. Sin embargo, no estaba allí. Aparentemente se habían trasladado a la ciudad de Córdoba en el centro del país. En una de las múltiples asociaciones italianas de Rosario le dieron alguna ayuda y consejos para dirigirse al nuevo destino al que llegó por tren. Nuevamente ni la familia argentina ni la mujer buscada estaban allí, sino que, según las informaciones que recogió, se habían dirigido más al norte, a Tucumán. Para allí partió nuevamente Marco, esta vez en una caravana de carretas que se dirigía hacia Santiago del Estero. En el medio del camino, donde la precaria ruta se bifurcaba, se separó de la caravana y se dirigió a pié hasta Tucumán. La encontró finalmente gravemente enferma, pero finalmente el reencuentro con su hijo le daría la fuerza necesaria para superar una riesgosa operación de la que saldría con éxito.

La historia, brevemente resumida, es producto de la imaginación de Edmondo De Amicis. Se trata de “De los Apeninos a los Andes” uno de los relatos más célebres de una de las obras más famosas y conocidas, el libro “Cuore”, con el que se educaron generaciones de niños italianos y también, en menor medida, argentinos, ya que el libro fue, por algún período entre fines del siglo XIX y la primera década del XX, texto obligado en las escuelas públicas y privadas del país americano, lo que había despertado la alarma de José María Ramos Mejía cuando asumió la Presidencia del Consejo Nacional de Educación, en 1908.  El enorme éxito de “Cuore” -cuarenta ediciones en el mismo año de su publicación (1886) y alrededor de un millón de ejemplares vendidos entre esa fecha y 1923- permite percibir su notable impacto en la construcción de imaginarios sociales. El éxito de la obra no se debía solamente a la felicidad de su “forma” sino también a que iba al encuentro de una sensibilidad muy extendida hacia el tema de las migraciones en Europa y en América entre los siglos XIX y XX. De Amicis, por otra parte, rodeaba su relato de una serie de particulares que mostraban su buen conocimiento de la experiencia migratoria. No podía ser de otro modo ya que él había hecho el mismo recorrido que sus personajes, en la nave italiana “Galileo” desde Génova a la Argentina, en 1884. Llegado al país platense lo había recorrido desde Buenos Aires hasta las colonias santafesinas de la “pampa gringa” y había retratado en una serie de ensayos, a mitad de camino entre la crónica de costumbres y una moralidad edificante, tan propia de su humanitarismo laico, la situación de los inmigrantes. En especial, en “Sull´oceano” (1889) presentaba no pocas agudas observaciones estilizadas acerca de los pasajeros de tercera clase, mirados por uno de primera al que le gustaba pasearse por todos los lugares del barco y detenerse a conversar con ellos. Aparecían allí los niños en todas partes, desde aquellos que esperaban embarcarse teniendo todavía prendida en el pecho el emblema de latón del asilo infantil, a aquellos que eran sostenidos uno en cada brazo por su madre o dormitaban en cubierta sobre sus rodillas o, si muy pequeños, reposaban sobre su madre encinta en la cucheta inferior de los enormes dormitorios.  No faltaba tampoco el niño que en la cubierta de proa sonaba el pífano, ni aquel pequeño con escarlatina en la enfermería, ni la niña de trece años que volvía de un viaje con su madre a perfeccionarse en piano en Alemania y se enamoraba perdidamente de un oficial al que escribía una carta apasionada llena de errores gramaticales. Era parte de la experiencia de tantas otras niñas de entre diez y quince años que escuchaban las palabras procaces y las actitudes ambiguas de la galantería campesina dirigida a ellas, creciendo en esas semanas de la travesía, aceleradamente.

Así, aunque Marco es un personaje imaginario a su modo condensa fragmentos de vida de tantas personas concretas, en este caso los niños migrantes, y los coloca en un contexto poblado de lugares y situaciones habituales, de la experiencia de la nave al papel de las asociaciones que los inmigrantes de cualquier nacionalidad crearon en gran número en la Argentina. Como ocurre con tantas obras, colocadas entre el ensayo y la literatura, y en especial aquellas que logran un público amplio, De Amicis condensa esos fragmentos de experiencia, los elabora, los ficcionaliza y crea una imagen de la inmigración que será para muchos de sus lectores la “verdadera” imagen de la inmigración.  Sin embargo, como otras fuentes lo revelan, la pintura de las migraciones provista por De Amicis, que no debe desdeñarse como no deben desdeñarse las imágenes de los contemporáneos,  es solo parcialmente ajustada. Refleja la mirada de aquellas personas que, aunque perceptivas, observaban el proceso desde un lugar diferente al de la experiencia social concreta de los mismos migrantes. Otra, distinta, menos poética y patética sin caer en irreales optimismos, surge de aquellos testimonios que sin propósitos estéticos ni pedagógicos proveen los mismos migrantes, en sus cartas, por ejemplo, que por millones atravesaban el océano en los dos sentidos, o en los mudos registros de los anónimos actos de vida que distintas fuentes nos brindan, de las listas de los pasajeros en las naves, a las actas notariales o a las del Registro Civil […].

 

Leer completo el artículo de Fernando Devoto.

 

  • Es profesor en nuestro instituto. Doctor en historia. Es profesor titular de Teoría e Historia de la Historiografía y Director del Programa de Investigación en el Instituto Ravignani en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ver más.