La gran aventura intelectual de Félix Luna


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La gran aventura intelectual de Félix Luna Compartí

* Por María Sáenz Quesada

¿Qué ingredientes se precisan para que un proyecto intelectual, nacido medio siglo atrás, siga vigente? ¿Cómo se explica la continuidad de los 598 números de “Todo es Historia”, producidos por más de 2500 colaboradores, así como la asombrosa variedad de temas relatados? La respuesta se vincula al concepto de Fracturas y continuidades en la historia argentina, que Félix Luna analizó en una de sus obras. En su criterio, los antagonismos que nos caracterizan, la búsqueda permanente, la insatisfacción frente a todo lo que existe, la vocación de cambio y la tendencia a no creer mucho en ninguna cosa ocultan la otra cara de la realidad, una sociedad que va cambiando muy lentamente. En síntesis, la Argentina ofrece al historiador un amplio, variopinto y fascinante campo de estudio y es tarea propia del oficio traer a la memoria colectiva esos contrastes para ayudar al ciudadano a situarse en su realidad y abordar desde un piso sólido los desafíos del presente y del futuro.

Luna, graduado en derecho, adquirió el oficio a base de interrogar el pasado con honestidad, sensibilidad e inteligencia, buscar lo relevante por sobre lo anecdótico y no ceder al impulso de constituirse en juez de los hechos ocurridos, sino aplicarse al más modesto de interpretarlos y de comprenderlos. No obstante en sus primeros trabajos, las biografías de Yrigoyen y de Alvear, se advierte la tendencia a juzgar, propia de su activo compromiso político en el radicalismo de aquellos años. En los libros de la madurez, Los caudillosEl 45, OrtizPerón y su tiempoSoy Roca, es un historiador con mayúscula que produce conocimientos y los pone al alcance del gran público. Asimismo, se coloca con fineza en la posición de quien se distancia del pasado para estudiarlo, y al mismo tiempo es parte del cuadro que está construyendo.

De su intención de comunicarse con la gente nace la iniciativa de fundar “Todo es Historia”. En mayo de 1967 gobernaba el país una dictadura militar que se proponía eliminar la política, enderezar la economía y modernizar la sociedad desde una visión jerárquica y autoritaria (que entre otras decisiones había intervenido las universidades, prohibido la ópera Bomarzo y cerrado la revista Tía Vicenta).

Desde su primer número, el de la nota de tapa titulada “Las tres mujeres de don Juan Manuel”, la revista marcó una ruptura con el clima imperante: se propuso narrar el pasado en todas sus facetas; las vidas ejemplares y las otras; la capital y las provincias, el centro y los barrios; las celebridades y los olvidados, mujeres y varones, pobres y magnates, criollos y morenos, gringos e indígenas, vencedores y vencidos, héroes y traidores, santos y asesinos. En su visión heterodoxa, el buen humor era bienvenido y la historia reciente admitida sin prejuicios. Esta postura abierta y tolerante, contrastaba no solo con la rigidez de la historia oficial, que entonces era la que bendecía la Academia Nacional de la Historia, sino con las corrientes revisionistas de derecha y de izquierda, cuyo denominador común era la intransigencia a la hora de mirar el pasado, y en muchos casos, los anacronismos. Dirigida al lector común, no al especialista ni al erudito, también se diferenciaba de la historiografía más moderna, la que confinaba el oficio al laboratorio científico.

Contra la opinión de algunos de los grandes periodistas del momento, Luna encontró lectores para este nuevo producto, vendido en los quioscos, desde entonces y hasta hoy. Su gran preocupación como editor fue lograr un equipo de autores a fin de contar con la masa crítica necesaria para la edición mensual. Dicha necesidad convirtió a la revista en una escuela no convencional de producción y de divulgación de conocimientos. Convocó a periodistas, jóvenes egresados universitarios y aficionados de todo el país, les infundió confianza en su capacidad profesional, desterró prejuicios y temores de no estar a la altura de los grandes maestros. Doy fe de esto: mis primeros libros comenzaron como artículos en esta publicación. Muchos otros colaboradores pueden contar historias semejantes que reflejan una temática amplia y suman centenares de títulos.

Luna tenía disposición para escuchar todas las voces. Mientras por una parte sugería temas e invitaba a trabajarlos, en otros casos aceptaba propuestas de autores noveles o consagrados, siempre con idéntico respeto. Como ciudadano, encontró la fórmula para transmitir a sus lectores su amor al país a través de la historia: saber historia, decía, contribuye a sentirse identificado con una sociedad y su tabla de valores. Sin duda, hay muchas enseñanzas para quienes tienen disposición de escuchar, siempre que quieran, advertía en diciembre de 1975 cuando la República naufragaba en un mar de sangre y de violencia.

Un árbol bien plantado sigue dando frutos por mucho tiempo. “Todo es Historia” cumple 50 años, no es poco para una revista independiente que ha sobrevivido a los golpes que el mercado editorial sufrió y sufre desde 1967 hasta la fecha, devaluaciones, recesión, hiperinflaciones, y a las borrascas de la política. En efecto, fundada en tiempos de una dictadura que se proponía ser de “larga duración”, hoy vive en una democracia que plantea nuevos desafíos. Un país con un tercio de población bajo la línea de pobreza debe preguntarse en qué punto ha fracasado, no sólo para señalar a los responsables, sino también para encontrar soluciones. A esta reflexión contribuye el conocimiento del pasado.

Con respecto a este punto vale recordar la provocativa respuesta del historiador francés Pierre Chaunu a la pregunta ¿para qué la historia? “Para el futuro”, afirmó. Por su parte, su compatriota Pierre Nora se ocupó de justificar el papel de la disciplina en el tiempo presente, al señalar que el estado de sobreinformación perpetua que caracteriza a nuestras sociedades contemporáneas crea confusión e incertidumbre, favorece angustias y pánicos sociales. Allí surge la oportunidad del historiador de aportar serenidad y de subrayar en el acontecimiento la parte que no lo es para colocarlo dentro de un conjunto de fenómenos sociales venidos de las profundidades del pasado.

Como dije, la publicación fundada en 1967, dedicada exclusivamente a la historia argentina y latinoamericana -subrayo exclusivamente porque es más sencillo ocuparse de todo el pasado de la humanidad- viene acompañando a los lectores desde hace medio siglo, y se propone seguir, adaptada a los cambios que ofrece la tecnología. Constituimos un pequeño equipo, muy sólido, que mantiene el espíritu que le transmitió el fundador: editar “Todo es Historia” más que trabajo es “junción”, como dijo el gaucho Fierro evocando una feliz experiencia. En nuestra tarea la curiosidad y el interés se combinan con el sentimiento de hacer patria y con la vocación. Así lo dijo Luna en el prólogo de Fracturas y continuidades: “Yo bendigo el destino que me permitió volcarme a esta tarea, que convierte a cada uno de los que me leen, me escuchan, me ven haciendo lo que hago, en compañeros de viaje por los caminos del pasado que para mí nunca será un depósito de cosas viejas, sino un territorio vivo, rico, desafiante, lleno de estímulos e inspiraciones para nuestro propio tiempo”.

Publicado en “La Nación” el 25 de mayo de 2017.