“ESPACIOS DE SOCIABILIDAD PORTEÑOS Y VIDA COTIDIANA EN LOS ORÍGENES DE LA ARGENTINA MODERNA”, POR RODRIGO SALINAS


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Por Lic. Rodrigo Salinas

Alumno de la Diplomatura en Cultura Argentina e historiador de la UBA

Investigador de la Ciudad de Buenos Aires, la Avenida de Mayo y los festejos del Centenario

 

 

ESPACIOS DE SOCIABILIDAD PORTEÑOS

Y VIDA COTIDIANA

EN LOS ORÍGENES DE LA ARGENTINA MODERNA

 

Fotografía del Café Tortoni, ubicado en la Avenida de Mayo 825, con sus mesas y sillas al aire libre. Según el historiador Félix Luna, allí se urdió “la trama profunda” de la política argentina a fines del siglo XIX.

 

Entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, la Avenida de Mayo se convirtió en el lugar de tránsito, de búsqueda de trabajo, de espera y de exhibición de los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires. Se trataba del espacio que todos “sentían en común” y a “disposición de todos” -independientemente de las diferencias sociales que existieran entre ellos- y para muchos era el centro gestador de relaciones y de encuentros, fueran estos rápidos como furtivos. En la nueva calle la gente veía y era vista por otros, el espacio donde se conocían y se contactaban. Transitar las calles del centro de la Capital Federal de la República Argentina -las cuales se hallaban en pleno proceso de modernización arquitectónica- implicaba involucrarse en ellas y conocerlas, pero también conocerse, contactarse, hablar con otro, prometer u ofrecerse en invitación. Se trataba, además, del escenario que todos recorrían por infinitos motivos y en múltiples direcciones. A ella acudían los que trabajaban en sus comercios y oficinas, los que se alojaban en sus lujosos hoteles, los que dedicaban su tiempo ocioso a comprar en las tiendas comerciales o simplemente pasear por ellas durante los fines de semana. Estaban también quienes la desfilaban, los que ocupaban las sillas de sus cafés o los que concurrían a sus clubes. De este modo, la calle imponía la presencia de los otros y también permitía imponer la figura de uno mismo. En el incesante ondular la gente se conocía, engendraba vínculos y ampliaba el círculo de relaciones y de amigos. La Avenida de Mayo fue, a partir de 1894 y en los años que gravitaron entorno a los festejos del Centenario de la Revolución (1910), la columna vertebral del desarrollo económico y político de la Capital Federal y el principal centro de la sociabilidad porteña – y masculina- por excelencia, la cual brotaba ante la presencia del otro.

Las profundas transformaciones sociales derivadas del gran aluvión inmigratorio europeo finisecular modificaron el escenario porteño conocido hasta entonces y lo forzaron al encuentro de todas las clases sociales. La nueva sociedad en ascenso, teñida del cosmopolitismo de raíz inmigratoria, modificó la apropiación de este espacio público, que ahora presentaba imágenes fragmentarias de la realidad. Porteños e inmigrantes no tardaron en apoderarse del espacio original buscando, según términos del filósofo alemán Walter Benjamín (1892-1940), “un asilo en la multitud”. De este modo, el individuo fue desapareciendo gradualmente del entorno cotidiano y, como consecuencia de ello, el saludo personalizado de vereda a vereda, último resabio de la “Gran Aldea”, tan bien descripta por el escritor uruguayo Lucio Vicente López (1848-1894) en su novela homónima publicada en formato de libro en 1884. Ahora el habitante era uno mas entre todos. La muchedumbre dominará la nueva escena. Le tocará al habitante de la ciudad otorgar al ámbito creado por la calle la categoría de uso que le permita cierta identificación dentro de la ciudad masificada.

En este sentido, la Avenida de Mayo no fue la excepción. Inaugurada oficialmente el día 9 de julio de 1894, bajo la Intendencia de Federico Pinedo (padre), la nueva arteria no sólo contribuyó a crear un marco adecuado en la ciudad progresista, sino también a producir intensos cambios en los comportamientos sociales de antaño. Así, la nueva arteria se fue convirtiendo en un elemento urbano integrador, donde se originaron nuevos usos y costumbres llevados a cabo con el gusto más afinado, que derribaron decididamente las antiguas costumbres tan profundamente arraigadas entre los porteños. Esto pudo verse reflejado en la aparición de numerosos despachos de bebidas en la zona céntrica de la ciudad en las últimas décadas del siglo XIX -especialmente en los alrededores de Plaza de Mayo- en el florecimiento de nuevas tiendas comerciales y en la apertura de sedes de los principales diarios del país, los cuales dinamizaron y potenciaron las actividades del periodismo en la Argentina.

A partir de la década de 1860, la relación entre los cafés y las calles de Buenos Aires se hicieron mucho más estrechas, dinámicas y múltiples. La calle era el puntapié inicial que se proyectaba en línea recta hacia el café, y era también el punto de llegada de ese encuentro que se reforzaba en el interior de los locales. Al respecto, el arquitecto Ramón Gutiérrez expresó perfectamente esta idea al argumentar que “El café, como lugar de encuentro y contemplación, señaló la apropiación de la vereda para estar (…). La calle de la Avenida de Mayo queda dentro de un ámbito espacial definido por las fachadas, toldos y las mesas de los cafés protegidas por los árboles (…)”

 

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