En homenaje a Sarmiento


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En homenaje a Sarmiento Compartí

* Por Claudio Chaves

Hay muchas facetas de la vida de Sarmiento que merecen como mínimo  un libro. De  hecho se ha escrito bastante  desde su muerte hasta nuestros días.

Elijo para este artículo, y en homenaje al sanjuanino, un aspecto de su vida que me parece relevante, como definición del personaje, y también de una enorme vigencia en el presente.

Sarmiento se sumó al Ejército Grande, organizado por Urquiza, como boletinero, esto es, responsable de la difusión de las novedades militares. Derrotado Juan Manuel de Rosas,  en febrero de 1852, Faustino esperaba de Urquiza otra actitud con los gobernadores de provincia. Se lo dijo claramente en una carta:

“Las provincias permanecían, aún después del triunfo, oprimidas por los mismos caudillos que les había impuesto Rosas. La más trivial política aconsejaba dejar a estos caer por el peso de las circunstancias, o notificarles su separación. Teníamos poder para eso y mucho más.”

Como Urquiza convocó a los gobernadores que Sarmiento quería derrocar al Acuerdo de San Nicolás, en el marco de “ni vencedores ni vencidos”,  el sanjuanino, enojado, se marchó.

Juan Bautista Alberdi, que se quedó con Urquiza, en carta a Sarmiento le reprochó su actitud: “Con caudillos, con unitarios, con federales y con cuanto contiene y forma la desgraciada República, se debe proceder a su organización, sin excluir ni aún a los malos, porque también forman parte de la familia.”

En estas ideas incompatibles estaban fundadas las diferencias entre Alberdi y Sarmiento: la integración o la grieta.

Nueve años después, Buenos Aires derrotó al interior en la batalla de Pavón,   una especie de revancha de Caseros (cuando Urquiza venció a Rosas).

Caída  la Confederación, Buenos Aires unificó al país a su alrededor,  bajo la presidencia del general Bartolomé Mitre. Fue en ese momento cuando Sarmiento retomó su programa de exclusión popular y le envió una carta a Mitre: “Necesito ir a las provincias. Usted sabe mi doctrina. Los candidatos están hechos de antemano. No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos. No deje cicatrizar la herida de Pavón. Urquiza debe desaparecer de la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la horca.”

No era otra cosa que lo que había  anticipado en sus debates con Alberdi y la carta citada a Urquiza. La Patria debía organizarse con la gente decente. Y Urquiza debía marchar al exilio. Sarmiento profundizaba la grieta exacerbando los ánimos.  Que no fue solo una frase dicha sin intención y sin consecuencias lo prueban dos hechos:

Primero, la misiva que el general mitrista Wenceslao Paunero le envió a don Bartolo desde Córdoba:

“Me ha sido preciso restringir a Sarmiento pues sus puntas de déspota jacobino si se las deja correr es capaz de convertirse en el Carrier[1] de las provincias”.

Segundo, el asesinato del Chacho Peñaloza a instancias de Sarmiento. El crimen del Chacho generó un enorme malestar, aun en las filas mitristas, razón por la cual el presidente Mitre lo nombra diplomático en los Estados Unidos: lo saca del país.

Cuando va concluyendo su presidencia, el general Mitre ve con honda preocupación cómo su partido se divide entre distintos candidatos a sucederlo. Para tratar de unificarlos  envía la carta de Tuyú Cue, muy citada y muy opinada. Entre otras cosas allí decía:

El candidato es el partido liberal”. ¿Quién lo ha de representar en el gobierno? He aquí la primera cuestión. Del método que se adopte para resolver la cuestión depende no sólo el acierto sino la vida misma del partido […]” Yo diría que el candidato mejor es aquel que reuniese el mayor número de voluntades de nuestro partido. Así, en lugar de desplegar su bandera, nuestro partido ha desplegado tres banderitas y desplegará cuatro o cinco antes de entenderse…”

Las banderitas de las cuales habla Mitre son los distintos candidatos. No pudo evitar la fractura. La carta de Tuyú Cué fue un intento, casi desesperado, de don Bartolo por preservar la unidad del liberalismo porteño. No lo logró y Sarmiento fue presidente en contra de la voluntad de Mitre. Su emergencia al plano electoral quebró al mitrismo y su sepulturero fue Sarmiento, que en esa situación  expresó el equilibrio justo entre el liberalismo porteño y el interior, un  giro hacia las provincias.

Triunfante el sanjuanino, el disgusto de Mitre fue mayúsculo. Los ataques desde su diario y los cartelones en las calles eran de un tono subido y soez: peludo, loco, maniático, animal en dos patas, fueron solo algunas de las lindezas que la tribuna de opinión le dedicó al nuevo presidente. Sarmiento concluyó que si no ampliaba su base de sustentación política quedaría expuesto al poder del mitrismo. Debía hablar con Urquiza. ¡Aquel de Southampton o la horca!

El primer movimiento lo había hecho el entrerriano, quien le obsequió “el bastón que usara en el ejercicio de la primera magistratura y un gorro de dormir, interpretado como un presagio de que puede tener un sueño tranquilo”.

Desde ese momento todo condujo a un encuentro entre los dos hombres. Finalmente, el día llegó. El 3 de febrero de 1870, Sarmiento descendió del buque Pavón en el puerto de Concepción del Uruguay y recorrió las filas de militares ataviados de rojo punzó. Más allá de las chicanas de ocasión, lo cierto fue que luego de las sucesivas entrevistas que ambos hombres mantuvieron,  Sarmiento manifestó que entonces se sentía presidente de todos los argentinos. Una etapa sangrienta se cerraba por voluntad de estos dos hombres. Sarmiento daba un giro sobre su propia historia.

Sin embargo, el rencor anidaba en un sector excluyente de la política nacional y a los pocos meses haría sentir toda su cólera. El abrazo del entrerriano con Sarmiento, que cerraba viejas heridas, no fue perdonado.

El caudillo federal, padre de la organización nacional y del nuevo acuerdo, fue asesinado en su casa de San José. Sarmiento intervino la provincia y lo más lamentable fue que el odio volvió nuevamente a escena y el crimen político se coló, una vez más, en nuestra historia.

La intransigencia y el extremismo hablaban por boca de José Hernández, autor del Martín Fierro. En carta a Ricardo López Jordán, que asumió la gobernación ante el crimen de su jefe -muchos hablaban de complicidad en los hechos- le manifestaba:

En la lucha en que usted se halla comprometido no hay sino una sola salida, un solo término, una disyuntiva forzosa: o la derrota, o un cambio general de la situación de la República. Cualquier opinión contraria a esto, será un error político grave, que lo detendrá a usted en su marcha, para perderlo al fin. Urquiza era el gobernador tirano de Entre Ríos, pero era más que todo el jefe traidor del gran Partido Federal, y su muerte mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejemplar del partido otras tantas veces sacrificado y vendido por él. La reacción del partido, debía por lo tanto iniciarse por un acto de moral pública, como era el justo castigo del jefe traidor. Opino pues que para no empequeñecer su movimiento, debe usted tomar esa reacción como punto de mira político.”

El crimen y la opinión de pararse en él para hacer política dejaron mudo a un país que se inclinaba por el acuerdo. Una minoría rabiosa dinamitaba la convivencia y volaba puentes. Dos Argentinas que en el siglo XX aparecerían nuevamente.

[1] Hombre de la Revolución francesa que llevó la violencia del estado terrorista a límites jamás vistos. (Nota del autor)