“El mito de la oligarquía latifundista”, por JORGE OSSONA


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La Nación – Del conjunto de repertorios que componen nuestra historia ideológica se destaca aquel que le atribuye nuestro atraso económico a una oligarquía latifundista, refractaria a las actividades empresariales. Esta habría concentrado la propiedad de la tierra; sobre todo tras la Campaña al Desierto, obturando las posibilidades de acceso de las masas inmigratorias y restringiendo el mercado interno para nuestra industrialización intensiva. El mito atravesó distintas etapas durante el siglo XX. Investigaciones científicas lo rebatieron durante los 80 y los 90, pero resurgió atizado por el kirchnerismo luego de la rebelión fiscal de los sectores agropecuarios en contra de las retenciones móviles en 2008.

¿Hubo en nuestros orígenes nacionales un sector verosímil a esa suerte de aristocracia a la que algunos le atribuyeron caracteres hasta feudales? ¿O fue una mera construcción intelectual muy posterior a su dominio? De ser así, ¿qué usina ideológica lo difundió?

Vayamos por partes. La concentración de la propiedad territorial contradice los datos estadísticos oficiales. En primer lugar, porque en un país subpoblado como el nuestro la tierra había sido un bien relativamente poco costoso. Es cierto que desde 1820 la expansión ganadera de la flamante provincia de Buenos Aires se convirtió en el destino de lo poco que quedaba de las quebradas actividades comerciales coloniales. Así y todo, los vascos, gallegos e irlandeses que llegaron durante el ciclo lanar a mediados de siglo no tuvieron demasiadas dificultades para acceder a la propiedad rural.

Durante la Organización Nacional, la sanción del Código Vélez Sarsfield (1869-71) subdividió a los grandes latifundios. Mientras tanto, a la vera de los ramales ferroviarios tendidos entre Rosario y Córdoba, surgieron colonias de inmigrantes dedicados a una agricultura pionera, pues hasta 1876 los costos logísticos obligaban a la población porteña a comprar la harina en los Estados Unidos. También es cierto que las tierras conquistadas a los malones se distribuyeron entre los oficiales del Ejército. Tanto como que, sin capital suficiente, la mayoría dispuso su venta, regenerando un fluido mercado inmobiliario. No obstante, entre los últimos años del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial se registró un aumento del tamaño de las explotaciones en el núcleo de la Pampa Húmeda, debido a la introducción por los frigoríficos norteamericanos de la técnica del “enfriado” o “refrigerado”. Esta requería de novillos Shorthorn, que durante los meses anteriores a la faena debían engordarse necesariamente con alfalfa de consistencia solo posible en esa región. Por entonces, la masa inmigratoria estaba constituida por individuos predominantemente solos, de condición muy humilde, que aspiraban a capitalizar una pequeña fortuna y retornar a sus aldeas. Solo la mitad de los que llegaron se radicaron en el país; en no poca medida, por haber sorteado la dificultad de formar una familia. Su horizonte poco tenía que ver con los que habían llegado veinte años antes a esquilar lana o a convertirse en granjeros como los de la “pampa gringa”. Más bien tendieron a radicarse en las ciudades…

 

 

JORGE OSSONA,

especialista en historia económica y social y profesor de la Diplomatura en Cultura Argentina

 

 

 

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