Borges y su anticipada Estética de la Recepción
* Por María Isabel Zwanck
El siguiente texto contiene la introducción y las conclusiones de un ensayo de mayor extensión presentado por la Profesora Isabel Zwanck en las “Jornadas Borges y los otros”, desarrolladas en la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 2015. Próximamente será publicado en su versión completa- 25 páginas- en la revista académica “Alba de América”, del Instituto Literario y Cultural Hispánico con sede en California.
Un texto quiere que alguien lo ayude a funcionar
Umberto Eco
El lector es la herida de Babel.
El lector es la figura en la torre de lo absoluto.
Carlos Fuentes
Introducción
Mucho se ha escrito sobre el culto al libro como temática borgeana y en especial, sobre el perfil del autor como lector hedónico, bibliófilo y bibliotecario. En relación con estos aspectos, creemos que también reviste interés el rol que Borges otorga al lector en su función de receptor de mensajes. Desde sus primeros escritos Borges estimula “a quien leyere” a participar con él en la aventura de la palabra. Disemina para ello a lo largo de sus prólogos, ensayos y cuentos –la división es arbitraria, al decir acertado de Octavio Paz- toda una continuidad de alusiones, incluso instructivos dentro o fuera de su ficción, término este último, fácilmente rebatible por su postulación del lenguaje.
Nuestro ensayo observará tanto las alusiones teóricas a la recepción del mensaje como su ficcionalización en numerosos pliegues o unidades narrativas mínimas[1] dentro de la trama de sus cuentos. Creemos que la persistencia de estas minisecuencias donde el acto de recepción del mensaje aglutina el sentido de cotexto, y abisagra el avance de la trama, delimita su particular estética de la recepción. Se anticipó de esta forma a los postulados iniciados por Robert Hans Jauss a fines de la década del 60[2]. Desglosemos entonces nuestra hipótesis en varios conceptos clave de la escritura borgeana, ya estudiados por la crítica, pero que a continuación enfocaremos desde los postulados de la Escuela de Constanza (Alemania).
(…)
Conclusión
Al hilvanar los anteriores textos de Borges donde surgen consideraciones sobre la función del lector y del acto de la lectura, creemos haber trazado una línea cronológica que, partiendo de El tamaño de mi esperanza acompaña la obra completa del autor argentino. Desde la citada invitación temprana “a quien leyere”, pasando por sus instructivos de lectura ocultos pero también desembozados dentro de sus paratextos, su concepto del libro como ente dialógico, la fusión entre los roles de autor y lector propuesta en “Borges y yo” y reiterada en múltiples citas, su particular enfoque de las competencias de sus actantes para decodificar exitosa o erróneamente la variedad de mensajes que aglutinan el avance de sus tramas, su extensa galería de leyentes, lectores e interpretantes ficcionalizados, todo ello llega hasta el presente de nuestra lectura desafiándonos a una búsqueda infinita. Este disloque temporal es inevitable ya que, como confirma Carlos Fuentes, en la obra de Borges “el significado de los libros no está detrás de nosotros. Al contrario: nos encara desde el porvenir. Y tú, lector, eres el autor de Don Quijote porque cada lector crea su libro, traduciendo el acto finito de escribir en el acto infinito de leer” (Fuentes 159-160).
Ingresemos entonces en el universo de Tlön y aceptemos la amable invitación de su autor cuando nos advierte: “Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres”. Laberinto textual, la obra borgeana, que se bifurca en numerosos senderos invitando a sus lectores a una apertura infinita. Apertura que incluye, a modo de Hilo de Ariadna, toda una serie de mensajes encadenados que, directa o tangencialmente, delimitan su original y anticipada Estética de la Recepción.
[1]Consideramos unidad narrativa a cierto segmento de la historia que se presenta como término de una correlación (Barthes, 1991: 12).
[2] Hans Robert Jauss inicia la denominada Estética de la Recepción al pronunciar su célebre discurso inaugural en la Universidad alemana de Constanza, el 13 de abril de 1967: “Literary history as a challenge to literary theory”.