“A 200 AÑOS DEL VOTO POPULAR QUE NACIÓ EN LA DESCONFIANZA DE LAS ÉLITES”, POR EZEQUIEL ADAMOVSKY


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“A 200 AÑOS DEL VOTO POPULAR QUE NACIÓ EN LA DESCONFIANZA DE LAS ÉLITES”, POR EZEQUIEL ADAMOVSKY Compartí

El Ciudadano Entre todas las celebraciones y conmemoraciones de hitos históricos que vimos en los últimos tiempos, hubo uno de enorme importancia que sin embargo pasó inadvertido. Hace 200 años, los representantes de la provincia de Buenos Aires dieron a luz una ley electoral de avanzada.

El artículo segundo de la Ley de Elecciones, aprobada el 14 de agosto de 1821, disponía que “todo hombre libre, natural del país, o avecindado en él, desde la edad de 20 años, o antes si fuere emancipado, será hábil para elegir”.

Con esa breve oración la ley establecía que en las elecciones votaban todos los varones –salvo los esclavos, por supuesto– sin importar la posición social, el color de la piel o el nivel educativo alcanzado. Votaban los pobres, los negros libres, los analfabetos, todos. Es lo que tiempo después se denominó “sufragio universal (masculino)”. Casi al mismo tiempo Corrientes concedió derechos ciudadanos igual de amplios y en años subsiguientes las seguirían el resto de las provincias, salvo Córdoba y Tucumán.

La enorme trascendencia de la norma aparece cuando uno compara con lo que sucedía en la mayor parte del mundo. Para empezar, no había elecciones en absoluto ni las habría por mucho tiempo. Y en los sitios en los que sí las había, los más pobres estaban excluidos.

[…] La notable ley de 1821 fue impulsada por el gobierno rivadaviano, en un momento naciente del liberalismo argentino marcado por el optimismo. Sería inexacto, sin embargo, afirmar que fue una ley de inspiración democrática o signo de un compromiso férreo con la voluntad popular.

Poco antes, en 1817, el Congreso de Tucumán había establecido que el voto excluiría a los más pobres y hubo en 1826 un nuevo intento en el mismo sentido. La Sala de Representantes porteña no aprobó la ley por compromiso democrático: en los debates, de hecho, se afirmaba que los indigentes carecían de capacidad para ejercer la ciudadanía, pero que el problema era que, si se intentaba excluirlos, era muy complicado trazar la línea de separación entre los que estaban o no habilitados a votar.

De todos modos, la norma otorgaba el derecho a todos los varones libres, pero reservaba la posibilidad de competir por cargos públicos a quien “posea alguna propiedad inmueble, o industrial”. Votan todos pero gobiernan sólo los propietarios. “Democracia” era un término que, en estos años, las élites usaban en sentido negativo para referirse a las asambleas populares, a las prácticas de deliberación callejera y de acción colectiva propias de las clases bajas.

Aunque riesgoso, ponerlas a votar por políticos, delegando en ellos las decisiones, era un modo de desactivar esa “amenaza democrática”. El voto no era individual ni secreto y los jueces de paz o los comisarios solían conducir a grandes grupos de personas a las mesas electorales para que manifestaran su preferencia en forma pública y registrada por conteo de cabezas.

Pero nada de esto desmerece la ley de 1821, que fue un hito en nuestra historia política. Si el sufragio universal masculino quedó legalmente sancionado fue no sólo por el optimismo de los liberales, sino también por la importancia que había ganado el bajo pueblo como protagonista de la política en medio de una revolución social de la magnitud que tuvo la que se inició en 1810…

 

 

EZEQUIEL ADAMOVSKY,

historiador y profesor de nuestra Diplomatura en Cultura Argentina

 

 

COLUMNA DE ADAMOVSKY SOBRE EL BICENTENARIO DEL SUFRAGIO UNIVERSAL MASCULINO EN PROGRAMA DE RADIO DE DARÍO Y MARÍA SZTAJNSZRAJBER Y LUCIANA PEKER EN RADIO NACIONAL ROCK

 

 


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