“Una democracia de orígenes contradictorios”, por JORGE OSSONA


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A propósito de los 40 años del regreso a la democracia que se cumplirán este año, compartimos el artículo publicado en diciembre del año pasado en La Nación, cuando se habían cumplido 30 años.

“El balance de estas décadas arroja claroscuros, pero también enciende la esperanza en tendencias aún imperceptibles hacia una república más digna y una convivencia más civilizada”.

La Nación Los resultados de las elecciones de 1983 rebatieron un supuesto perturbador de nuestra cultura política desde mediados del siglo XX. La UCR, partido casi centenario y mayoritario entre 1916 y 1946, se alzó con un 52% de los sufragios. El peronismo, que desde sus orígenes había arrojado a los radicales a, como mucho, un tercio electoral, obtuvo un contundente 40%. De un día para el otro se desvanecía el mito de que en elecciones libres y sin proscripciones el peronismo tenía más del 50% asegurado, pudiendo incluso alcanzar más del 60, como Perón en 1973 y 1952.

Ambos contendientes resultaron perplejos: más allá de la euforia, algunos radicales concibieron los comicios como un acto de justicia reparadora por el que recuperaban aquello que el peronismo les había arrebatado desde la segunda posguerra. Otros, más jóvenes e históricamente informados, creían que la derrota les iba a deparar a sus adversarios el mismo destino diluyente como fuerza nacional que a los “conservadores” en 1916. Era cuestión solo de morder a una porción de sus dirigencias más oportunistas para sintetizar a ambos movimientos en otro superador: un “tercer movimiento histórico”.

La premisa suponía una concepción contradictoria del republicanismo democrático de la campaña radical. Tributaria, más bien, de antiguos preceptos nacionalistas y unanimistas de los que el radicalismo también participó; al menos, en su mayoritaria vertiente yrigoyenista: la existencia de una masa nacional que se expresa mediante un intérprete capaz de conducirla hacia su “destino de grandeza” más justo e igualitario. Si su primer conductor había sido Hipólito Yrigoyen, el segundo fue Juan Perón. Alfonsín, como sus antecesores, habría de aglutinar fragmentos de las estrellas explotadas anteriores para consolidar una nueva hegemonía política destinada a regir al país por varias décadas. Una tercera vertiente, más realista y escéptica respecto de estas especulaciones, se preguntaba con preocupación cómo habrían de hacer para gobernar con estos nuevos y sorprendentes apoyos.

En el peronismo, la perplejidad motivó una crisis de identidad que acentuó aquella tras la muerte de su líder. ¿Cómo habrían de conducirse sin él? O, pensando en su consejo póstumo, ¿cómo “vencer al tiempo” mediante” la “organización”? Por lo demás, ¿qué organización? Los más pluralistas pensaban en un partido político; pero otros –la mayoría– entendían esa opción como una claudicación: el peronismo no podía resignarse a ser un despreciable “partido liberal”. Debía preservar su carácter de “movimiento nacional” para lo que contaban con aquello de que los radicales carecían: una “doctrina” y la “columna vertebral” sindical…

 

JORGE OSSONA,

especialista en historia económica y social y profesor de la Diplomatura en Cultura Argentina

 

 

 

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