La recientemente elegida presidenta de la Academia Nacional de Educación habló con Criterio. Junto a casi la totalidad de los miembros de dicha Academia, firmó el documento “A las autoridades le pedimos que empiecen a educar en serio y reconstruyan la escuela argentina”.

Vicente Espeche Gil, en la revista Criterio – En una reciente entrevista usted hizo referencia a la importancia de que el sistema escolar pueda sostener al alumno al que el aprendizaje le lleva más tiempo, pero también que se reconozca al que es especialmente aplicado. ¿Hasta qué punto ha arraigado en la cultura argentina contemporánea la visión que critica al mérito como algo elitista y es, por tanto, algo reprobable?

Hoy escuchamos muchas veces criticar la “meritocracia” como sistema de ascenso social. Supongo que lo criticable es no tener en cuenta de dónde sale cada uno –y aquí me hago eco del economista italiano Luigino Bruni en sus capítulos de La economía silenciosa. En ese caso, no se advierte cuánto debe luchar el chico o la chica que crece en un hogar con poca instrucción, con un idioma simplificado y a veces sin hábitos de trabajo, a diferencia de quienes nacen y crecen en hogares mejor dispuestos al estudio y provistos de los conocimientos previos al aprendizaje específico de la escuela. La consideración del “mérito” debe tenerse en cuenta. Sin embargo, la ausencia de aplicación y esfuerzo nunca da buenos resultados, sea cual fuere el punto de partida, de tal modo que puede haber una consideración del mérito personal que sea justa y estimulante. Esta aclaración –que sea estimulante– sirve para evitar segmentaciones en el aula que operen como un impedimento para los que no están en la “cumbre de los méritos”, porque cada uno merece la atención, la dedicación y el reconocimiento de sus progresos.

¿Comparte la preocupación que existe en algunos sectores sobre la enseñanza de la historia argentina con un sesgo ideológico que distorsiona la realidad de lo ocurrido?

La enseñanza de la historia tiene siempre el desafío de proponer una mirada no cargada de las propias preferencias, que apunte a la visión más amplia posible, a la luz de los hechos y de las pruebas concretas. A los adultos nos desafía el compromiso de no dar una versión de los hechos, sino más bien una reflexión de los problemas que originan los hechos, de las soluciones buenas o fallidas. El interés por la historia puede perfectamente anclarse a un análisis del presente que involucre a nuestros alumnos, para que vean que son parte de la historia.

¿Piensa que está superada la cuestión de “laica o libre”? ¿Cómo tratar la cuestión de la educación sobre la religión?

Nuestra cultura tiene una clara raíz cristiana católica, y sería distorsionar la realidad si se la ocultara. Ahora, tener fe significa ver con la mayor claridad posible, y buscar más información para ampliar esa claridad. Hablar de “laica” parece indicar que hay que ocultar lo religioso. No opino así. Asumo mi condición de creyente, al mismo tiempo que abro espacios para el que tiene otro credo o ninguno. Dialogamos desde la verdad de lo que somos, no en una ficción de improbable imparcialidad…