“CULTURA, RELIGIÓN Y POLÍTICA: SIMILITUDES Y APORTES”, POR FISHEL SZLAJEN
Así como la cultura y lo religioso no tiene ningún sentido sin sus respectivas prácticas que las constituyen, nuestra civilidad política tampoco tiene sentido sin el cumplimiento de la ley.
Infobae – Toda definición de cultura remite a su etimología, cultus, significando una práctica de algo. De allí, que agricultura sea el trabajo del campo o la puericultura el cuidado o crianza del niño. La cultura es así el conjunto material e inmaterial producido por el humano como sujeto histórico, manifiesto en modos de vida de un grupo social incluyente del lenguaje, creencias, usos, conocimiento, valores, normas, tecnología, arte, etc. Cultura, imposible de subsistir sin la presencia de signos externos y prácticas significativas de reconocimiento, diferenciándose de otras. Y, como demuestra W. Newman, cuando esas particulares prácticas por las que se reconoce a dicha comunidad se abandonan, son reemplazadas por las de la mayoría y así los grupos minoritarios pierden su singularidad asimilándose a los mayoritarios.
Profundizando en las prácticas significativas de reconocimiento de una comunidad, encontramos los ritos, un conjunto de reglas conllevando una conducta social estereotipada y repetitiva. J. Huxley describe una amplísima topología de ritos desde los basados en proyecciones psicológicas como el chivo expiatorio o la víctima propiciatoria hasta los fundados en actividades lúdicas. Todos, ejemplos explícitos de la socialización del hombre en la pertenencia a una determinada cultura o comunidad diferenciada de otras.
En lo religioso, J. Cazeneuve postula el rito como un acto cuya efectividad presupuesta o real refiere claramente a una dimensión más allá de lo estrictamente social, orientándose a una metafísica. Al igual que las distintas corrientes sociológicas o antropológicas como Durkheim, B. Malinowsky o V. Turner, acordando que el rito religioso es definido no sólo por su repetitividad sino por su referencia a campos extra-empíricos. Esta es también la diferencia que R. Firth establece entre rito y ceremonia, donde el primero trasciende la mera convención normativa social. Por eso, un religioso no admitiría que el rezo es un fenómeno del mismo orden que el revisar su casilla de emails como primera actividad laboral matutina o tomar el té a las 5 de la tarde. Si bien el rito religioso y la ceremonia social marcan rítmicamente la rutina diaria, sólo el primero establece una relación entre lo sagrado y profano, debido a que se hace sólo en nombre y por imperativo de Dios, sin depender del estado de ánimo ni de algún resultado que deviene de ese ritual. No se realiza ese ritual por o para la persona, satisfaciendo sus necesidades espirituales o psicológicas, sino como resultado de reconocer el deber de rendir culto a Dios. Por ello, cualquier intento de basar esos preceptos en necesidades humanas, cognitivas, espirituales, morales, sociales o nacionales, priva o vacía a esos preceptos de su significado religioso.
Estas prácticas significativas en lo cultural y religioso nos permiten presentarnos a los otros estableciendo relaciones y valores de reconocimiento mutuo. Esto quiere decir que nos reconocemos por lo que hacemos. Somos lo que hacemos y lo que los otros ven que nosotros hacemos. Por ello, ser tal o cual individuo es ser reconocido por otros como tal o cual individuo, y esto se hace a través de las prácticas. Así, abandonar o no practicar ese sistema simbólico como conjunto de singulares elementos materiales y no materiales que denotan una cierta cosmovisión, sus interrelaciones y finalidades, amenaza con la existencia y el significado de esa cultura específica. Por ello, la tradición en las prácticas culturales y la ritualidad religiosa no son ornamentales ni meros accesorios, sino una forma de ser, de vivir, de expresarse, de asegurar la continuidad y enriquecer esa cultura o religión a través de la historia…
FISHEL SZLAJEN,
rabino, filósofo y profesor de la Diplomatura en Cultura Argentina
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