“QUINQUELA DE LA BOCA A LONDRES EN BUSCA DE UNA MODELO”, POR DANIEL BALMACEDA
La Nación – En 1926, París se había enamorado del pintor, de su obra y de su historia. Los grandes cuadros, el ambiente portuario que retrataba, las combinaciones de colores virulentos atraían al púbico parisino a la exposición del argentino en la Galería Charpentier. Lo calificaban de simpático, cordial y exótico. Y se maravillaban con el relato que él mismo les hacía de su evolución personal.
Benito Quinquela Martín, el niño que había sido adoptado por dos ancianos, había aprendido a dibujar antes que a leer y escribir. Y antes aún, a trabajar. Don Chinchella, su padre adoptivo, era carbonero. El niño aportó los primeros pesos en la casa trabajando de estibador de carbón. Con ese material retrataba a sus compañeros o trazaba el febril paisaje portuario de La Boca. Poseía el talento, pero limitado al blanco y negro. Hasta que se compró una caja de crayones.
El autodidacta tuvo la dicha de que su arte fuera observado por las personas adecuadas y consiguió becas. Expuso sus representaciones del Riachuelo en la Galería Witcomb de Buenos Aires en 1918 cuando tenía 28 años y aún firmaba con su apellido original, Chinchella.
Con ayuda oficial, logró exponer en Brasil (1920) —ya era Quinquela— y en Barcelona, Madrid y Sevilla (1922). Regresó de España soñando un nuevo destino: París. Modificó su taller de la calle Pedro de Mendoza con el objeto de adaptarlo para las visitas y hacer ventas. Entre los benefactores del marinista figuró nada menos que el presidente de la Nación, Marcelo T. de Alvear, cautivado por la personalidad de Quinquela, las pinturas y la manera en que logró emerger desde los peldaños más bajos de la escala social.
Un año antes de París, en 1925, visitó la Argentina el Príncipe Eduardo de Gales, quien luego abdicaría para casarse con la estadounidense Wallis Simpson. El entonces candidato a la corona británica se llevó un par de cuadros del boquense, contribuyendo a su fama. Una de las pinturas pasó a decorar la Sala de Recepción del Palacio St. James, en Londres.
El gran pintor de la ribera logró vender la cantidad de cuadros necesarios para “emprender la conquista de París”, según sus propias palabras. En Europa se decía: “El éxito de Benito es un cuento de hadas”. Y se referían al triunfo de “un niño que nunca supo lo que era no tener hambre”. Resulta curioso que en la evocación de aquel viaje, Quinquela lo recordara como de éxito relativo, cuando las críticas y el público habían quedado encantados…
El artista en Londres, en 1930. Había cumplido los 40 años.
El artista se valió de modelos para sus cuadros. Sin embargo, en Londres se preguntaban por qué no pintaba cuadros de mujeres.
DANIEL BALMACEDA,
historiador y profesor de la Diplomatura en Cultura Argentina
BALMACEDA EN RECIENTES CAPÍTULOS DE “HISTORIAS RICAS”, SU PROGRAMA EN TN
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