“MANUEL BELGRANO Y LA EDUCACIÓN: ‘EL MAESTRO DEBE INSPIRAR EN EL ALUMNO MODERACIÓN EN EL TRATO Y SENTIMIENTOS DE HONOR'”, POR DANIEL BALMACEDA
Al recibir una premiación por parte del Gobierno, redactó un decálogo con las condiciones en las que aceptaba y los temas que debían inspirar al docente en su profesión.
La Nación – El nombre de Manuel Belgrano se repetía en cada casa de Buenos Aires luego de la victoria sobre los realistas en Salta, que tuvo lugar el 20 de febrero de 1813. El correo partió hacia el norte con correspondencia para el benemérito general Belgrano. Entre las muchas cartas figuraba la que decretaba la premiación de cuarenta mil pesos que le hacía el Gobierno. El general los aceptó, con una condición:
Excelentísimo Señor:
El honor con que Vuestra Excelencia me favorece al comunicarme los Derechos de la Soberana Asamblea Nacional Constituyente en que se digna condecorarme con un sable de guarnición de oro que lleve en la hoja grabada la siguiente inscripción: “La Asamblea Constituyente al benemérito General Belgrano”, y premiar mis servicios, pero especialmente el que acabo de hacer en la gloriosa acción del veinte pasado en Salta, con la donación en toda propiedad de la cantidad de cuarenta mil pesos señalados en valor de fincas pertenecientes al Estado; me empeña sobremanera a mayores esfuerzos y sacrificios por la libertad de la Patria.
Pero cuando considero que estos servicios en tanto deben merecer el aprecio de la Nación, en cuanto sean efectos de una virtud y fruto de mis cortos conocimientos dedicados al desempeño de mi deber, y que ni la virtud ni los talentos tienen precio, ni pueden compensarse con dinero ni degradarlos. Cuando reflexiono que nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de los negocios públicos que el dinero o las riquezas.
Cuando reflexiono que estas riquezas son un escollo de la virtud que obliga a despreciarlas, y que adjudicadas en premio no solo son capaces de excitar la avaricia de los demás, haciendo que por principal objeto de sus acciones subroguen el bienestar particular al interés público, sino que también parecen dirigir a lisonjear una pasión seguramente abominable en el agraciado.
[Cuando considero todo esto], no puedo dejar de representar a Vuestra Excelencia que sin que se entienda que miro en menos la honrosa consideración que por mis servicios se ha dignado a dispensarme la Asamblea, cuyos Soberanos Decretos respeto y venero, he creído propios de mi honor y de los deseos que me inflaman por la prosperidad de mi Patria, destinar los expresados cuarenta mil pesos para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras (en que se enseñare a leer y escribir, la Aritmética, la Doctrina Cristiana y los primeros rudimentos de los derechos y obligaciones del hombre en sociedad, hacia ésta y al gobierno que rige) en cuatro ciudades a saber: Tarija, ésta [Jujuy], Tucumán y Santiago del Estero (que carecen de un establecimiento tan esencial e interesante a la religión y al Estado, y aun de arbitrios para realizarlo) bajo del reglamento que pasaré a Vuestra Excelencia (…) reservándome el aumentarlo, corregirlo o reformarlo siempre que lo tenga por conveniente.
Espero que sea de la aprobación de Vuestra Excelencia un pensamiento que creo de primera utilidad y que no lleva otro objeto que corresponder a los honores y gracias con que me distingue la Patria. Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Jujuy, treinta y uno de marzo de mil ochocientos trece.
Manuel Belgrano.
La donación del premio recibido por el triunfo en Salta tuvo un corolario. Belgrano se encargó de escribir un reglamento para que rigiera en cada uno de los cuatro establecimientos: el de Tarija, el de Jujuy, el de Tucumán y el de Santiago del Estero. Los veintidós artículos demuestran que el donante se regía por los lineamientos del gran educador suizo Enrique Pestalozzi. Además, se concentró en la financiación. Explicaba que si a cada provincia se le entregaban diez mil pesos, el interés anual que obtendrían sería de quinientos por escuela. Ese dinero tenían que utilizarlo de la siguiente manera: cuatrocientos pesos para pagar el sueldo del maestro (era una buena remuneración) y cien para asistir a los padres de bajos recursos con los elementos para el aula: papel, tinta y libros. En caso de que hubiera un excedente, se emplearía para comprar premios para estímulo de los estudiantes más destacados…
DANIEL BALMACEDA,
historiador y profesor de la Diplomatura en Cultura Argentina
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