“LAS INTUICIONES Y CONVICCIONES DE UN PINTOR”, POR MARÍA JOSÉ HERRERA


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Página 12 – El Museo está dedicado a la obra de Miguel Ocampo (1922-2015), quien comenzó su carrera artística en las vanguardia de los años cincuenta.

El 7 de octubre del año 2007 se inauguraba en La Cumbre la Sala Miguel Ocampo. El sueño de un pintor que, movido por la cuestión práctica de almacenar y mostrar sus obras apiladas en el taller, dio con algo más trascendente, como es fundar una institución. “La construcción llevo casi cuatro años, coincidentes con mis insomnios”, señaló Ocampo, arquitecto él mismo. Desde adquirir el terreno aledaño a su casa serrana, hasta proyectar el edificio con las demandas específicas de un lugar de exhibición, el artista se embarcó en crear la Sala Miguel Ocampo, un lugar para su arte y la cultura de la comunidad cumbrense. La inauguración fue una fiesta, todo el pueblo se dio cita en lo que desde entonces sería un espacio de referencia y pertenencia. Ocampo trabajó con la colaboración de su familia, el arquitecto Sebastián Martínez Villada, hijo de su esposa Susana Withrington, quien se encargó de crear el maravilloso jardín que enmarca el edificio. La Sala combina el espíritu minimalista de la arquitectura de la Bauhaus, las técnicas constructivas que los jesuitas llevaron a Córdoba, y una relación entre interior y exterior de innegable tradición oriental. Ocampo disfrutó de este espacio de un modo que él mismo no imaginaba: se dedicó a darle vida con sus pinturas y su propia palabra y atención. Realizaba personalmente visitas guiadas –disfruté de una de ellas en 2012–y esto le permitía contemplar la reacción del público, lego o informado, ante su obra. Un gusto personal que se daba, y que luego sospechó que era una de las formas de la tan mentada “función social del arte” que las vanguardias, a las que perteneció, señalaban en los primeros años 50s. “La Sala me ha puesto en contacto con la emoción del público que no habla desde la crítica, –reflexionaba– tiene que ver con la espontaneidad del que descubre algo que no tenía, del que se encuentra con algo que no conocía, con una emoción muchas veces primera”.

 

“Destellos de otoño” (1990), de Miguel Ocampo

 

Luego de una larga, viajera y fructífera vida, Miguel falleció en 2015. Próximo a cumplirse el centenario de su nacimiento en 2022, su familia decidió festejarlo con un relanzamiento de la Sala a la que, con justicia, rebautiza como Museo. El artista, en su pudor, no lo habría llamado así, pero esta licencia que nos tomamos, es en realidad un reconocimiento a la obra y a la vida de Miguel Ocampo, que tanto como artista como diplomático (1955- 1975) fue, sin duda, también, un servidor público. Despertó solo elogios por parte de sus colegas que lo econtraron actuando en Roma, París o Nueva York, ciudades en las que se desempeñó como agregado cultural. Su conocimiento, experiencia y sensibilidad lo instalan en el lugar de una destacada personalidad de la cultura, cuyo aporte a La Cumbre y a la Argentina toda, amerita que se le dedique un museo, como a su ilustre vecino Manucho Mujica Lainez. La ocasión de festejo y homenaje no podría ser mejor. Recientemente, el 2 de febrero, la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos declaró “Poblado Histórico Nacional” a La Cumbre, paraje nacido en el lejano año de 1585…

MARÍA JOSÉ HERRERA,

curadora de arte y profesora de la Diplomatura en Cultura Argentina

 

 


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