“VILLA DEL PARQUE. EL MISTERIOSO CASTILLO DONDE LOS VECINOS CONVIVEN CON FANTASMAS”, POR PABLO MASCAREÑO


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La Nación – Los de la zona saben. Y esos pocos entendidos que llegan especialmente. Todos saben. Todos callan. De lo del castillo no se habla. Al menos a viva voz. No hace falta. Si está allí, medio disimulado. Constatan mejor los que pasan abordo del tren. Aunque no muchos saben. Se lo pierden. El castillo no está a la vista. Acorde con el barrio. Un barrio trasmano. Si no se es vecino, o se tiene que hacer algo específico en la zona, por ahí no se pasa. Y ese es todo un valor para los lugareños. Si hasta dan pelea las calles empedradas. Los cines no, perdieron la batalla. Ya no hay salas en el barrio. Los grandes dan testimonio de aquellas matiné en continuado del Gran Bijou. Y conocen muy bien lo del castillo.

Todos saben. Todos callan. Saben y callan los nacidos y criados, y también los que hace mucho viven allí, esos que emanan pertenencia y le confieren al barrio un aire pueblerino. Imponente estación de coquetísimo edificio inglés y cuatro andenes, iglesia, plaza, calle principal. Y el castillo. Oficialmente debe ser presentado como el Palacio de los Bichos. Y es tal su galanura y status que hasta figura en el escudo del barrio.

Todos saben. Todos callan. En Villa del Parque lo custodian como a esa joya preciada. “Que no vengan a molestar mucho. Tenemos castillo. Y en el castillo viven fantasmas. Y punto”. Espectro de la novia con tocado, mantilla y cola inmaculadamente blanca. Él, el novio, de riguroso frac negro. Dicen que son ellos. Los vecinos son celosos de ese solar histórico marcado por la tragedia de esa fatídica noche de bodas iniciática y final. Vaya contradicción. Los de afuera se impresionan. Los del barrio lo reverencian. Y los que habitan en el castillo, esos que dan testimonio en esta crónica, están orgullosos de esa biósfera. Ellos saben. Y no callan. ¿Por qué callar? Si conviven con esos vecinos espectrales que se dejan percibir cada día. A su modo transitan este edificio. Y los que allí viven, de manera digamos terrenal, no son avaros. Comparten. Comparten la estadía con esas almas. Naturalizan la posibilidad…

PABLO MASCAREÑO,

historiador, periodista y profesor de nuestra Diplomatura en Cultura Argentina

 

 

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