Conferencia de Austen Ivereigh. “La Iglesia en el Cambio de Época”


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Video y texto de la conferencia de Austen Ivereigh sobre la Iglesia en el Cambio de Época (Claves para entender a Francisco).

Esta conferencia organizada por el Instituto de Cultura tuvo lugar el 31 de julio en el Auditorio del CUDES y contó con la presencia de más de 250 personas.

LA OPCIÓN DE FRANCISCO:

La conversión pastoral para evangelizar una modernidad líquida

He estado trabajando los últimos dos o tres años en un libro nuevo sobre Francisco que saldrá el año que viene, una continuación de El gran reformador, todavía sin título; que se enfoca esta vez no en su vida sino en el pontificado, pero buscando leerlo desde su pensamiento y sus escritos. No es fácil, porque — a diferencia de su vida anterior a su elección — es una travesía incompleta, un tren en constante movimiento; pero utilizando el quinto aniversario de marzo de este año como mirador, uno por lo menos puede lograr cierta perspectiva sobre lo que ha significado la llegada del Río de la Plata al Tevere: para tantos una catarata de agua fresca trayendo vida nueva, pero para algunos, sin duda, la llegada destabilizadora de aguas ajenas turbulentas. El campo de reforma ha sido amplio, y seguro en las preguntas que siguen tocaremos muchos temas: dinero, comunicación, reorganización de la curia, laicos y mujeres, sinodalidad, cambios al gobierno universal de la Iglesia, el papel mismo del papa, el nombramiento de los obispos, reformas a la formación sacerdotal … Los grandes documentos; los viajes; la diplomacia; dialogos ecumenicos e interreligiosos — no nos faltan temas.

Pero hoy quiero enfocarme en un lo que se puede describir como una hermeneútica para entender todos los demás: la convicción de Francisco de que en este tiempo el Señor nos pide que la Iglesia evangelice, y para esto la Iglesia tiene que cambiar, un cambio para el cual el Concilio Vaticano Segundo nos ha preparado, pero el cual sólo ahora estamos empezando a tomar en serio, muchas veces no tanto por voluntad sino por necesidad, ante la rapidez y la ferocidad de las fuerzas disolventes del secularismo, y ante el fracaso institucional de la Iglesia misma.

Con los cardenales, antes del cónclave, Bergoglio famosamente imaginaba a Jesús no en el exterior golpeando la puerta para que lo dejen entrar, sino en el interior, pidiendo que lo dejen salir. El cardenal porteño habló de cómo la Iglesia está paralizada por la introversión, cuando vive de su propia luz, enfermándose y volviéndose autorreferencial, doblada sobre sí misma como la mujer en Lucas 13:10; y puso esto en contraste con una Iglesia que evangeliza poniendo a Cristo en el centro, que sale de sí misma a las periferias, a los lugares donde hay necesidad. El próximo papa, dijo Bergoglio a los birretes rojos, debe ayudar a la Iglesia a ser una madre fecunda que vive de la alegría de evangelizar. De paralítica inmovilizada replegada sobre sí misma a una madre fecunda que evangeliza con alegría — ésta es la travesía resumida en la frase “una conversión pastoral y misionera”. Me propongo esta noche explicar esta travesía: en tres partes. Primero, el discernimiento de los signos de los tiempos que lo llevó a este diagnóstico: ¿cuál es la causa de la parálisis? Segundo, la curación, es decir, lo que implica la conversión pastoral: ¿qué significa ser una madre fecunda? Tercero, un caso clínico para ilustrar esa conversión en un país vecino: la crisis de Chile como una tragedia que trae consigo un kairós—- la oportunidad de una conversión pastoral acelerada.

I La misión en respuesta al cambio de época

Al andar en busca de los orígenes de la visión evangelizadora de Francisco, uno descubre que es casi imposible distinguir esa visión del ‘discernimiento de los signos de los tiempos’ que hizo la Iglesia latinoamericana en los años anteriores a la gran conferencia general de Aparecida en mayo 2007. Como uds. saben, Bergoglio fue elegido ahi el redactor en jefe, responsable del documento final, y con su grupo de teólogos y pensadores argentinos — Tucho Fernández, Carlos Galli, Diego Fares — dejó una fuerte impronta sobre el documento. Pero ellos a su vez fueron influenciados por — y tuvieron influencia sobre — el proceso anterior a Aparecida, o sea, los muchos estudios y reuniones que prepararon el camino. El proceso lo conducía el que es ahora el arzobispo primado de Mexico, Carlos Aguiar Retes, entonces arzobispo de Tlanepantla y secretario general de Celam. En 2003 publicó un resumen de estudios muy importante que se llama ‘globalización y nueva evangelización en América Latina y el Caribe’, en el que se desprende claramente el discernimiento de Aparecida, y en el que aparece el ahora famoso término cambio de época.[1] No pongo más ejemplos para ilustrar este punto: que cuando hablamos de la tela de fondo de la visión de Francisco es difícil distinguir entre él y la Iglesia latinoamericana: se complementan y se refuerzan. Si revisás la colección de los escritos y discursos de Bergoglio como arzobispo anteriores a Aparecida, se observan líneas de pensamiento que aparecen en Aparecida, y después de Aparecida se ve muy claramente el intento de implementar esa visión acá en Buenos Aires, a través de, por ejemplo, la PUBA: La Pastoral Urbana de la Región de Buenos Aires, que, inspirada por Aparecida, realizó diversas convocatorias a laicos, religiosas y religiosos, sacerdotes, obispos, reflexionado sobre la evangelización de la ciudad.

Utilizando la opción por los pobres como una hermeneútica, lo que Aparecida vio fue que las fuerzas de la tecnocracia y la globalización estaban barriendo con la débil pertenencia del cristianismo cultural, y a la vez trayendo un nuevo pluralismo e individualismo junto con nuevas formas de exclusión social y económica al mismo tiempo de concentraciones de la riqueza. Esta nueva turbulencia estaba trayendo, por supuesto, nuevas oportunidades y ventajas para los más formados y móviles; pero su efecto global — sobre la mayoría pobre — fue de producir gran angustia, porque disolvía los lazos de pertenencia de las familias, las instituciones, el sentido mismo del lugar. CELAM observó el aumento de la desigualdad, el declive de los estados, las migraciones masivas, los desastres ecológicos, la adoración neo-Darwinista del poder, la tecnocracia — todas las cosas con las que estamos muy familiarizados — e instó a que la Iglesia latinoamericana se comprometiera a los crucificados, abrazando no sólo a aquellos que eran materialmente pobres sino también a las víctimas de la exclusión y la soledad en sus numerosas nuevas formas – los migrantes, los ancianos, y así sucesivamente. Por otra parte, el nuevo contexto del pluralismo cultural y religioso exigió que el Cuerpo de Cristo trabajara para construir unidad a partir de una diversidad reconciliada en el diálogo y testimonio compartido.

         Aparecida vio que el cambio de época también tiene además implicancias para la evangelización, porque la disolución de los lazos de pertenencia estaba eliminando los mecanismos tradicionales de la transmisión de la fe de generación en generación[2]. Como el cardenal Bergoglio dijo a sus sacerdotes después de Aparecida, “lo propio del cambio de época es que ya las cosas no están en su sitio … Lo que nos parecía normal de la familia, la Iglesia, la sociedad y el mundo, parecería que ya no volverá a ser de ese modo”. El catolicismo cultural concebido como una colección de reglas y prohibiciones, prácticas piadosas ocasionales, y costumbres burguesas, no sobreviviría. La fe católica del futuro dependería de un encuentro personal con Jesucristo y la experiencia concreta de la misericordia transformadora de Dios capaz de suscitar lo que Aparecida llamaba “discípulos misioneros”. El documento subraya la necesidad de “volver a las fuentes” de la fe cristiana, de recuperar “esa actitud que plantó la fe en los comienzos de la Iglesia”, de ofrecer lo que Francisco en EG ha llamado “la fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal”.[3] El desafío era posibilitar lo que Bergoglio describió como “el encuentro fundante de nuestra fe”: un “encuentro personal y comunitario con Jesucristo que suscite discípulos misioneros”.

Todo esto requeriría reformas espirituales, pastorales y también institucionales “haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa de acogida, una escuela permanente de comunión misionera.” Lo que ahora se necesitaba era abrazar la idea de la misión no tanto como una actividad o un programa sino una manera de ser: “permanente” y “paradigmática”. Tampoco era simplemente ad extra, sino ad intra al mismo tiempo. Al salir en misión, la Iglesia se convierte y evangeliza: misionando, es misionada.[4] Es, en el fondo, la visión del documento relativamente poco conocido del Concilio Vaticano Segundo sobre la misión, Ad Gentes. Es decir, la distinción tradicional entre los países cristianos y los territorios de la misión ya no era pertinente. Evangelii Gaudium quiere que caigamos en la cuenta de este punto. Si la Iglesia no es misionera, no puede evangelizar; y si no evangeliza, deja de existir. Ese es el desafío; es también la invitación, el kairós. De ahí la frase famosa de Francisco en Evangelii Gaudium: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación.”[5]

Este proceso del discernimiento de los signos de los tiempos por la Iglesia latinoamericana fue con creces el más hondo y sofisticado de la Iglesia en cualquier parte del mundo. El hecho mismo de que la Iglesia estuviera discerniendo ante el desafío del tiempo presente era en sí significativo. Frente a la tribulación de la secularización la respuesta de la Iglesia latinoamericana en Aperecida no fue lamentarse y condenar, sino discernir y reformar. La pregunta que hicieron no fue: cómo podemos oponernos o combatir este ataque contra nuestra forma de vida y nuestros valores, sino: ¿Qué es lo que el Santo Espíritu nos está pidiendo en este tiempo de cambio rápido y de liquidez? ¿Cómo cambiamos para poder evangelizar?

Qué tan lejos es esta respuesta de muchas reacciones a la secularización en el mundo católico del Atlántico norte. Son varias: un retraimiento al tradicionalismo y la nostalgia; una búsqueda de nuevos Constantinos – Putin, Trump, Salvini – para restaurar la cristiandad; o una resignación como la del avestruz, incluso el cinismo. Pero lo más normal ha sido un enfoque exagerado sobre las amenazas representadas por la secularización, una especie de parálisis ante la tribulación, como la mujer encorvada de Lucas. O como Pedro al bajar de la barca ante la invitación de Jesús: se centra en las olas, y no en Cristo. En vez de discernir lo que el Espíritu Santo le estaba diciendo, la Iglesia se centró en defenderse.

Bergoglio veía este parálisis a través de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio como signos de ceder a las tentaciones características de la desolación. Su fina percepción fue moldeada por una serie de textos que él mismo escribió en los años 80 sobre los cuerpos religiosos en tiempos de tribulación — notablemente, aunque sin mencionarlo de nombre, la Compañía de Jesús en ese momento.[6] Estas tentaciones fueron la razón esencial por qué la visión misionera y evangelizadora del Concilio Vaticano Segundo no se estaba logrando: en lugar de estar enfocada en Cristo, La Iglesia se había centrado en sí misma, y en la defensa de sus privilegios y derechos; en lugar de atender principalmente las necesidades del pueblo de Dios, se enfocó en su propia supervivencia como institución, retrocediéndose del Pueblo de Dios donde Cristo estaba presente, refugiándose en la abstracción, el clericalismo, y el eticismo. El resultado fue reforzar la noción jurídica y preconciliar de la fe como un código moral. En su magnífica biografía intelectual de Francisco, Massimo Borghesi describe esto como una desviación ética, una estrategia de resistencia pero no de renacimiento. En vez de comunicarse como una fuente de amor y de vida, una experta en humanidad, un oasis de misericordia conocido por su compasión y cuidado de los más pobres, se acaba percibiendo a la Iglesia como una empresa interesada en sí misma, un lobby político, rigorista, moralista, dogmática, etc. Es la crítica a la Iglesia con la que sus defensores nos cruzamos todos los días.

Benedicto XVI compartió este discernimiento sobre dónde se había desviado el catolicismo contemporáneo, y lo señaló ya al comienzo de su primera encíclica, Deus Caritas Est, diciendo que “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. La cita aparece en el documento de Aparecida y de nuevo en Evangelii Gaudium, en el que Francisco dice que nunca se cansa de repetir estas palabras “que nos llevan al centro del Evangelio”.[7] Como Francisco ha dicho en diversas ocasiones, la verdad absoluta no es un concepto sino el amor de Dios por nosotros en la persona de Jesucristo. Cuando evangelizamos, comunicamos dicha relación, la relación de Jesús con ‘Abba’, su Padre.[8] O sea, aquí se ve una continuidad esencial entre los dos pontificados: el papa alemán que percibe el problema, ve que la solución está en la visión anunciada en Aparecida que él mismo ha facilitado, y renuncia para posibilitar la llegada de esa visión, sabiendo — como él mismo ha dicho — que era muy probable que el proximo papa fuera latinoamericano.

Quiero entrar un poquito más en esta “desviación ética” porque es fundamental. En una charla en 2004 en el aniversario de Veritatis Splendor, Bergoglio dijo que Jesús no se limita a brindarnos un código moral ni una serie de reglas y rituales con los que vivir; vivir en el amor al que Cristo nos llama es imposible por nuestros propios esfuerzos, pero solo fue posible, dijo Bergoglio, citando la encíclica “por virtud de un don recibido”, esto es, su gracia. Citando a San Agustín, observó que son la misericordia y el amor de Dios nos permiten ser éticos y santos, y también misericordiosos y amorosos. Y luego Bergoglio hace una pregunta importante: ¿será que la humanidad contemporánea sucumbió al relativismo porque en las naciones occidentales con frecuencia se reduce la moralidad cristiana a un precepto sublime? O sea, si la moralidad es una especie de código jurídico, impuesto desde afuera, más que una respuesta libre del corazón a la experiencia de la misericordia de Dios, se vuelve una ideología que es entonces vulnerable a la manipulación al servicio de intereses políticos o de otro tipo. En ese caso, el relativismo se vuelve una reivindicación de la libertad, una afirmación de la autonomía contra una imposición. Dicho de otra forma, el secularismo es el hijo de la reducción del cristianismo a un eticismo frío y jurídico.[9]

La reducción del cristianismo a una oferta de conocimiento – ético o espiritual- de algún tipo es una tentación particular para los católicos educados. Es la tentación gnóstica contra la que nos alerta en GE. No se puede desligar lo verdadero y lo bueno del tercer valor trascendental, la belleza. Solamente la belleza de Dios puede atraernos; y la belleza de Dios es la experiencia de su gracia y su misericordia, encarnadas en la persona de Cristo y disponible a todos, más fácilmente a los pobres. Cuando estamos atraídos, fascinados por esa belleza, queremos que otras personas compartan esa belleza, esa experiencia. Por lo tanto, como dijo Francisco a los obispos brasileños, recordando Aparecida, “La misión nace precisamente de este hechizo divino, de este estupor del encuentro”. Y añade: la Iglesia pierde personas cuando importa una racionalidad que es ajena a las personas, olvidando la “gramática de la simplicidad”.[10] De ahí su crítica, en Evangelii Gaudium, de “un eticismo sin bondad”. Por eticismo, Francisco se refiere a reducirlo todo a la ética — o sea, la moral sin la gracia. Por eso en el documento critica las “doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas”, a los que hablan más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Cristo. De ahi su advertencia de que si la invitación no brilla con fuerza y atractivo de la gracia y la misericordia, “el edificio moral de la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está nuestro peor peligro”.[11]

Resumiendo, para evangelizar un mundo revuelto hace falta ofrecer la experiencia del encuentro fundante del cristianismo. Como dirá Francisco en EG: “Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad … Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?”[12]

II: La evangelización misionera es cercana y concreta

 Uds aquí tienen delante el reto de argumentar con todo vigor contra la legalización del aborto, que por supuesto sería un desastre para Argentina y sobre todo para los no nacidos, sobre todo los descapacitados. Pero pase lo que pase, hay que preguntarse cómo hemos llegado a este punto, en el que el marco o la narrativa de la emancipación y la autonomía — en este caso, de la mujer — tenga más o igual fuerza que el derecho del no nacido. En Inglaterra hay leyes que prohiben la destrucción de huevos de pájaros — en ciertas épocas del año, no se puede cortar los setos verdes para proteger sus nidos. O sea, el no nacido aviar tiene más derechos que el no nacido humano. El reto fundamental es crear una cultura pro vida, que en otras palabras es una cultura de la misericordia, que sólo puede resultar de una evangelización desde abajo que después será reflejada en las leyes. Sin esa evangelización, hay un riesgo de terminar reforzando la imagen popular de la Iglesia que mencioné arriba: un lobby político, moralista, dogmática, etc — o sea, eticismo sin bondad.

Este es uno de los motivos por lo que Francisco no se lamenta constantemente de la secularización: ha discernido en ella la oportunidad de recuperar la gratuidad de la oferta cristiana.[13] La gratuidad expresa quién y cómo es Dios: el regalo de vida, dado y recibido con libertad. En los orígenes de la Iglesia, el amor desinteresado de aquellos primeros cristianos hacia los que sufrían — que fluía de su experiencia directa del amor de Dios en Cristo— sorprendió y escandalizó a las comunidades a su alrededor, tanto judías como paganas.[14] Eso es lo que Francisco desea que la Iglesia misionera actual recupere: la gratuidad de la misericordia. “Gratis lo recibieron; denlo gratis” Jesús dice a sus discípulos: la primera tarea de un discípulo misionero es propiciar, a través de su misericordia, un encuentro con la gratuidad de Dios (su misericordia, perdón, gracia). La transformación ética vendrá por añadidura, como consecuencia de corazones transfigurados.

La secularización, el triunfo de la tecnocracia, la extirpación del cristianismo de la ley y la cultura occidental, las fallas institucionales de la Iglesia, el fin decisivo de la nación cristiana … es como si todo ahora estuviera orientado a revisitar el nacimiento de la propia Iglesia, para regresar a las fuentes, a su vigor misionero basado en la experiencia directa del amor misericordioso de Dios. Esto es lo que Francisco quiere decir cuando habla que vivimos un kairós, un tiempo de misericordia. La brutalidad de la tecnocracia reinante, la tragedia de la exculturación del cristianismo es también una oportunidad, si somos capaces de discernir y reformar. Una Iglesia capaz de ofrecer el encuentro con la misericordia de Cristo no es una Iglesia que busca evangelizar desde el poder, sino una Iglesia que necesita una transformación en el modo de pensar. Después de Aparecida, creó una lista sobre las nuevas actitudes que él consideraba que se necesitaban y la compartió con sus sacerdotes y catequistas. Esta lista se convertiría más tarde en Evangelii Gaudium, donde exhorta a cada Iglesia particular a entrar en un “proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma.”[15]

Una de las características mencionadas por Bergoglio en 2008 es “la acción pastoral con un corazón samaritano”. Al igual que la Santísima Trinidad responde en los Ejercicios con amor a un mundo cargado de sufrimiento y pecado, la Iglesia está llamada a responder a la angustia generada por la modernidad líquida. Para Francisco el migrante es el icono de esta angustia: Cristo nos llega en forma de un desplazado, un desenraizado, vulnerable pero con esperanza.Mucho antes de Aparecida, en 2001, Bergoglio ofreció un ejercicio de meditacion en el que invitaba a las personas a imaginarse a sí mismas como migrantes que llegaban a Buenos Aires desde el interior del país. La única preocupación que se adueña de nuestro corazón y de la mente es: ¿estaré seguro, me recibirán bien, encontraré refugio, podré mantenerme alejado del frío? ¿Encontraré hospitalidad? Es la misma pregunta que se hacen los seres humanos contemporáneos que sufren la desocialización y el desarraigo. Su desubicación tiene tres dimensiones: a nivel afectivo, en el sentido que la disolución del vínculo de pertenencia a la familia, a la comunidad y las instituciones producen una profunda angustia emocional y psicológica; a nivel existencial, ya que es más difícil adquirir una identidad clara y un sentido de sí mismo, hacer planes y construir un futuro; y a nivel espiritual, en la pérdida de trascendencia, de los signos y símbolos que conectan al presente con lo eterno.[16]

Como el Buen Samaritano, la respuesta de la Iglesia a estas heridas busca ayudar a las personas a, primero, reconectarse con la creación y el mundo como criaturas de Dios; segundo, experimentar la familia y la comunidad, los vínculos de la confianza y el amor incondicional que permitirán alcanzar la resiliencia, el carácter y el autoestima; y tercero, ayudar a las personas a encontrar santuarios: lugares de paz, de intimidad y de oración, protegidos de la incesante presión del paradigma tecnocrático, lugares donde puedan reconocer su valor intrínseco y descubrir la plenitud. Aquí podemos ver la base de sus prioridades como papa: reconstruir y restaurar el entorno humano dañado por la tecnocracia, y las exhortaciones apostólicas —Evangelii Gaudium, Amoris Laetitia, Gaudete et Exsultate— y por supuesto, Laudato Si. Del término griego oikos, nuestra casa común, proviene la palabra ‘ecología’. Francisco es un papa ecológico que reconstruye nuestros entornos, tanto natural, como eclesial y familiar, para que puedan reflejar la hospitalidad y la misericordia de Dios.

Como Francisco señala en Misericordiae Vultus, Jesús ha mostrado a la misericordia como criterio de credibilidad de nuestra fe.[17] La Iglesia es creíble cuando se muestra misericordiosa , porque comunica quién y cómo es Dios. Por eso, en Gaudete et Exsultate, Francisco insiste en que el corazón del Evangelio es Mateo 25 y las Bienaventuranzas. La misericordia siempre se expresa en la acción; es un verbo: misericordiar. La misericordia nunca se ubica en el exterior, sacudiendo el dedo en reprobación o aleccionando; sino que entra en nuestra realidad; se encarna. En las palabras de James Keenan SJ, la misericordia es la “disposición a entrar en el caos del otro”: esa es la Encarnación.[18] Cuando Francisco se refiere a la “jerarquía de las verdades y la doctrina católica” en Evangelii Gaudium, no está diciendo que algunas verdades son más importantes que otras, sino que algunas son expresión directa del corazón del Evangelio y lo primero que las personas necesitan oír antes que todo lo demás. Sobre todo lo que necesitan oír es “la belleza del amor salvífico de Dios, manifestado en Jesucristo muerto y resucitado”. Por eso, señala en el siguiente párrafo: “Las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu”. Las personas pueden convencerse con la verdad o sentirse inspiradas por la bondad, pero solo si primero se han visto cautivadas por la belleza. Y la belleza de Dios es su misericordia. Sin esta belleza, como dijo Francisco en 2010: “la verdad se vuelve fría y hasta despiadada y arrogante”. En un retiro que guió alguna vez, habló sobre la verdad como una piedra preciosa en la mano de un individuo: si se ofrece, seduce; si se lanza, hiere.

PEn julio de 2015 en Asunción, Paraguay, Francisco afirmó que un cristiano es aquel que ha aprendido a acoger a los demás, a mostrar hospitalidad. “Cuántas veces imaginamos la evangelización en torno a miles de estrategias, tácticas, maniobras, artimañas, buscando que las personas se convirtieran en base a nuestros argumentos. Hoy el Señor nos los dice muy claramente: en la lógica del Evangelio, no se convence con los argumentos, con las estrategias, con las tácticas, sino simplemente aprendiendo a hospedar.”[19] Pero son una hospitalidad misionera : es decir, la Iglesia tiene salir para poder acoger. Y en esta acogida misionera hay una triple dinámica expresada en el Capítulo 8 de Amoris Laetitia como acompañamiento, discernimiento e integración. Pero la triple dinámica se puede expersar de otra manera:

  • detectar la necesidad (ser conscientes del sufrimiento y la angustia),
  • responder de forma concreta (las Obras de Misericordia, que responden a todo tipo de necesidades), y
  • una tercera etapa de integración e incorporación que implica una especial atención a la acción de la gracia en las vidas de las personas (la pastoralidad).

En estos tres pasos de la misericordia experimentamos, literalmente, el amor salvífico de Dios. Ser salvados por Cristo es ser salvados de esta manera, y evangelizar es ofrecer esta experiencia. Para poder ofrecerla, Francisco insiste en que la Iglesia debe ser cercana y concreta, porque es así que Dios elige salvar a la humanidad: al nacer en una familia particular, en aquel pueblito, en ese momento.

En una sociedad tecnocrática líquida, la tentación perene de la Iglesia es volverse abstracta y remota, retroceder, refugiarse en las ideas (la ilusión gnóstica) o en el funcionalismo tecnocrático (la tentación pelagiania). Es una tentación para la Iglesia porque es una institución, y la liquidez ha hecho a las instituciones distantes e indiferentes. De ahi el enojo hoy con ellas, y sus lideres. La Iglesia debe ir en sentido contrario, como ha mostrado Francisco. Debe imitar la sinkatabasis, el inclinarse de Dios, su abajamiento; el abajamiento es el modo de acercarse propio del cristiando. Nuestra tarea, dice Francisco, es redescubrir la manera de acercarse del Señor para poder evangelizar. La palabra clave es ‘proximidad’. “Encuentro, conversión, comunión y solidaridad son las categorías que expresan la proximidad… que abren el camino a la esperanza”.[20]

La conversión pastoral, resumiendo, significa una Iglesia cercana y concreta capaz de salir para ofrecer la dinámica triple de la misericordia. La mejor expresión de esa conversión es el capítulo 2 de Amoris Laetitia, donde Francisco señala: “Durante mucho tiempo creíamos que, con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y llenábamos de sentido sus vidas compartidas.”[21] Pero no funcionó. La predicación abstracta, moralista, eticista — la proclamación desde arriba — no ha prevenido el colapso del matrimonio, aun en paises catolicos. El precepto de la indisolubilidad es insuficiente; una Iglesia tiene que estar cercana y concreta, reconociendo que a las personas les resulta más difícil ser buenos, vivir vidas ordenadas, compartir una comunidad, mantenerse juntos. Por eso, Amoris Laetitia no se limita a enseñarnos la verdad del matrimonio, sino nos muestra cómo la gracia de Dios nos permite vivir esa verdad. Descubrir y promover esa gracia es la tarea fundamental de la Iglesia contemporánea, que debe aprender a acompañar a las personas aún en situaciones irregulares o lejanas de la Iglesia.

Por último, el llamado de Francisco a una conversión misionera y pastoral en respuesta al cambio de época implica pedir la gracia de la consolación y de la alegría. Cuando San Ignacio habla de “consolación” en los Ejercicios, se refiere a “toda leticia interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima quietándola y pacificándola en Su Criador y Señor”.[22] El término en español es leticia — “que llama y atrae a las cosas celestiales”. Nos basta observar los títulos de sus tres exhortaciones apostólicas: Evangelii Gaudium, Amoris Laetitia y Gaudete et Exsultate, y queda claro que Francisco considera que hay algo que falta, algo que está intentando volver a agregar. Francisco les expresó a los jesuitas en 2016 —aunque también es pertinente a todos los evangelizadores— que su “propio oficio” era “consolar al pueblo fiel y ayudar con el discernimiento a que el enemigo de natura humana no nos robe la alegría: la alegría de evangelizar, la alegría de la familia, la alegría de la Iglesia, la alegría de la creación…”. Se trata de una alegría que, por supuesto, se origina en la aceptación agradecida de que todo es un regalo. De ahi la importancia de la gratuidad, y la distancia que la Iglesia tiene que tomar del poder en todas sus formas.

III: La ‘encíclica chilena’

Bergoglio una vez dijo a sus catequistas que el más grande discernimiento de Aparecida fue entender que el peor peligro para la Iglesia no venía de afuera sino de adentro, “en la eternal y sútil tentación del abroquelamiento y encierro para estar protegidos y seguros”.[23] La palabra abroquelamiento es la misma que usó en la carta a los obispos de Chile en la que los convocó a Roma luego del informe de Mons Scicluna sobre la crisis de encubrimiento en la Iglesia ahi. En la carta escribe que, en tiempos de desolación, cuando estamos “asustados y abroquelados en nuestros cómodos ‘palacios de invierno’, el amor de Dios sale a nuestro encuentro y purifica nuestras intenciones para amar como hombres libres, maduros y críticos”.[24]

Esta es una descripción poderosa de una Iglesia defensiva y temerosa que no evangeliza: “abroquelados en sus cómodos palacios de invierno”. Pero lo que plantea Francisco en la carta es la posibilidad de la conversión: a través de la desolación y los fracasos – que la Iglesia claramente está sufriendo – Dios viene a nuestro encuentro para que pueda cambiar. Como en nuestras vidas, los momentos de derrota son oportunidades de conversión y crecimiento. Esta es la travesía a que Francisco ha invitado a la Iglesia chilena este año en una serie de intervenciones profundas que en su conjunto conforman lo que un comentarista italiano ha llamado “la encíclica chilena”.[25] Consiste sobre todo en cuatro intervenciones: su discurso en la catedral de Santiago del 16 de enero a los clérigos y religiosos en la catedral de Santiago, y tres cartas: la primera, con fecha del 8 de abril, a los obispos de Chile tras recibir el informe del Mons Scicluna; la segunda, con fecha del 15 de mayo, que entregó a los obispos de Chile durante el primer día de su cumbre urgente celebrada con él en Roma, que era de carácter privado pero se filtró a los medios; y la tercera, con fecha del 31 de mayo, al pueblo de Dios en Chile.

En su conjunto, estas intervenciones constituyen una especie de mapa de ruta para la conversión pastoral de la Iglesia occidental. El hilo rojo que los une es un ejemplo del Evangelio que Francisco repite en el discurso y las cartas: la transfiguración del apóstol Pedro de discípulo en apóstol, cuando Jesús resucitado lo perdona por haberlo abandonado y traicionado en la crucifixión, y Pedro, al abrirse a esa misericordia, pasa de ser — para usar la metáfora con que comenzamos — paralítico centrado en sí mismo a madre fecunda evangelizadora. De un comienzo en que está centrado en su propio fracaso, rumiando sobre su desolación, enfocado en sus perseguidores, pasa a centrarse en Jesús y luego en lo externo: hacia la misión y la evangelización. “Una Iglesia con llagas no se pone en el centro, no se cree perfecta, sino que pone allí al único que puede sanar las heridas y tiene nombre: Jesucristo… Conocer a Pedro abatido para conocer al Pedro transfigurado es la invitación a pasar de ser una Iglesia de abatidos desolados a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado”. Esa es la conversión que Francisco les ha trazado, tanto a ellos como a nosotros, indirectamente.[26]

Lo que pocos han advertido — y para eso estamos los biógrafos! — es que las herramientas sofisticadas del discernimiento que ha aplicado Francisco en su liderazgo de la Iglesia chilena vienen de sus escritos de los años 80 sobre la desolación y la tribulación en cuerpos religiosos. Dos en particular: uno, que es bastante bien conocido porque se volvió a editar siendo Bergoglio cardenal, es de 1984 y se llama ‘La Acusación de Sí Mismo’, y es sobre las cartas del Doroteo de Gaza, un padre del desierto de los primeros tiempos de la Iglesia. El otro, muy poco conocido, es su prólogo a una colección de cartas que mandó traducir y publicar en 1987 bajo el título de Las Cartas de la Tribulación. El prólogo salió a luz en una nota al pie de la página del discurso de Santiago, y fue publicado hace poco en La Civiltà Cattolica.

Es fascinante observar cómo la desolación y la tribulación padecidas por la Compañía de Jesús en la Argentina de los 1980 — en gran parte en torno a su ex-provincial — están siendo utilizados por el papa en este momento en su guía de la Iglesia universal.

Subrayo tres cosas:

 

  • Francisco detectó que ante la tribulación de la secularización y la pérdida de prestigio social como consecuencia de los escándolos de encubrimiento de la pedofilia, en vez de discernir y reformar, los obispos habían respondido con el lamento y la condena. De esta manera, no sólo se terminó suprimiendo los males, sino que se permitía el dominio del mal espíritu: se nota por la defensividad excesiva en la que se culpa a los de afuera, la recriminación mutua, y los multiples mecanismos de chivo expiatorio. Todos son victimas; la culpa la tiene el otro; el mundo se divide en buenos (nosotros) y malos (ellos).

En el discurso de Santiago cita a las Cartas de la Tribulación: “Existen varias tentaciones propias de ese tiempo: discutir ideas, no darle la debida atención al asunto, fijarse demasiado en los perseguidores… y creo que la peor de todas las tentaciones es quedarse rumiando la desolación.” Cuando habla de la tentación de discutir ideas quiere decir caer en la trampa de discutir en vez de discernir. Su segunda cita de las Cartas en el discurso se refiere a esto: «no era de Dios defender la verdad a costa de la caridad, ni la caridad a costa de la verdad, ni el equilibrio a costa de ambas. Tiene que discernir. Jesús quiere evitar que Pedro se vuelva un veraz destructor o un caritativo mentiroso o un perplejo paralizado». No hay mejor descripción de la Iglesia occidental en las ultimas decadas, sobre todo en el norte. Defender la verdad a costa de la caridad: la tentación conservadora; ni la caridad a costa de la verdad — la tentación progresista. Y en los dos casos, una tentación enraizada en discutir en vez de discernir y reformar.

 

  • Sobre todo en la carta filtrada y la carta al pueblo de Dios en Chile, Francisco muestra como el ensimismamiento ecclesial está ligado a su desconexión del pueblo de Dios. Hubo un tiempo, les dijo en la primera, cuando la Iglesia era profética, valiente, comprometida con los pobres, y humilde, capaz de confesar sus pecados. Cuando ponía a Cristo en el centro, evangelizaba; cuando era cercana al pueblo y humilde en confesar sus pecados, era alegre; porque defendía a los pobres, generaba la santidad. Pero luego se desenraizó del pueblo de Dios, y adoptó una mentalidad elitista y clericalista, lo que generó la desolación, la incapacidad de evangelizar, el abuso, y el encubrimiento. Más que el pueblo abandonando la Iglesia, es al revés: la Iglesia se deconecta del pueblo, donde está presente Cristo.

 

  • La conversión pastoral comienza con enfrentarse con la verdad (el informe de Scicluna) y el acusarse de sí mismo. La acusación de sí mismo, dice en ese texto, es un señuelo para el demonio, el cual se traga el cebo y muere. Acusarse a sí mismo, según el texto de Bergoglio de 1984, es asumir el papel de reo, como lo asumió el Señor; es un acto de humillación que conduce a la humildad, y que deja lugar a la misericordia de Dios. Todo esto arroja luz sobre el acto de auto-acusación que hace Francisco, en la primera carta, del 8 de abril, cuando dice que se equivocó, y pide perdón. No digo que no fuera sincero, pero fue además una estrategia espiritual para romper con el dominio del mal espíritu en Chile. Lo han emulado, poco a poco, los obispos chilenos, sobre todo al final de su estadía en Roma cuando al final de tres días ofrecen sus renuncias.

Desde entonces han buscado reconectarse con el pueblo de Dios: se comprometen a escuchar, a cambiar. El papa ha empezado a renovar el episcopado, aceptando renuncias; pero ha tenido mucho cuidado en no reforzar el mecanismo del chivo expiatorio. O sea, acepta la renuncia de Barros el mismo día en que aceptan las renuncias de otros dos obispos que no tenían nada que ver con Karadima.

El efecto ha sido dramático. Desde una dinámica de encubrimiento y negación la Iglesia chilena está en una dinámica de enfrentarse con sus propios pecados: cada día aparecen nuevas historias que no necesito detallar, entre las cuales está el descubrimiento de que el canciller de la arquidiócesis de Santiago estaba acosando a menores en la misma epoca en la que estaba recibiendo las denuncias de las tres víctimas de Karadima. Cosas por el estilo. Todo esto ha salido a luz porque Francisco envió a Scicluna. La fiscalía chilena ahora está investigando 90 casos canónicos con la sospecha de que no fueron bien manejados. O sea, esto va a durar años; será como Boston, donde vendieron el palacio arzobispal para compensar a las víctimas. Pero seguro suscitará a un nuevo Cardenal O’Malley. Y la Iglesia cambiará para lo mejor. La humillación ya está produciendo una nueva humildad, una conversión pastoral que, a la larga, seguro darán muchos frutos.

Franciso está constantemente apuntando en sus encíclica chilena a esta conversión. En su carta al pueblo de Dios, Francisco habla de un “nunca más” a la cultura del abuso y el encubrimiento “para generar una cultura del cuidado que impregne nuestras formas de relacionarnos, de rezar, de pensar, de vivir la autoridad; nuestras costumbres y lenguajes y nuestra relación con el poder y el dinero. Hoy sabemos que la mejor palabra que podamos dar frente al dolor causado es el compromiso para la conversión personal, comunitaria y social que aprenda a escuchar y cuidar especialmente a los más vulnerables.”

Habla del re-centramiento en Cristo, para descentrarse en la evangelización y la salida a la periferia — la visión de Evangelii Gaudium de una Iglesia humilde y servidora. “Estamos invitados a no disimular, esconder o encubrir nuestras llagas. Una Iglesia llagada es capaz de comprender y conmoverse por las llagas del mundo de hoy, hacerlas suyas, sufrirlas, acompaflarlas y moverse para buscar sanarlas. Una Iglesia con llagas no se pone en el centro, no se cree perfecta, tro busca encubrir y disimular su mal, sino que pone alli al rinico que puede sanar las heridas y tiene un nombre: Jesucristo.”[27]

 

Es interesante observar que en su liderazgo espiritual de la Iglesia en Chile, Francisco utiliza precisamente esta triple dinámica salvífica de la misericordia: 1) detecta la angustia, en este caso producida por una actitud de discutir y condenar, en vez de discernir y reformar; 2) responde concretamente — la misión de Scicluna, las cartas, el pedido de que vengan los obispo a Roma, etc. 3) La fase de conversión e integración, que claro, durará mucho tiempo.

Hay mucho más que decir sobre el caso chileno, pero quería destacar sólo la parte pedagógica, cómo Francisco está encaminando a la Iglesia chilena a una conversión pastoral. Es un caso particular, pero es también el caso de la Iglesia occidental en general. Desde un parálisis incapaz de evangelizar a una conversión misionera; desde Pedro abatido y desolado a un predicador con parrhesia, lleno del espíritu santo; desde la mujer encorvada a la madre fecunda salidora evangelizadora — es la travesía a la que nos está invitando el Papa Francisco en un mundo revuelto por un cambio de época. Muchas gracias.

[1] Carlos Aguiar Retes, ‘Globalización y nueva evangelización en América Latina y el Caribe’, Reflexiones del CELAM 1999-2003, Secretaría General, Doc CELAM no. 165. , 3 de marzo de 2003

[2] Documento de Aparecida [DA] 37

[3] Evangelii Gaudium [EG] 169

[4] Ver discursos de JMB, en A Spadaro (ed. En Tus Ojos Está Mi Palabra: Homilías y Discursos de Buenos Aires, 1999-2013 (Madrid: Claretianas, 2018) esp ‘Volver a las raíces de la fe: la misión como propuesta y desafío’ (2008), ‘El mensaje de Aparecida a los presbíteros (2008) & ‘La misión de los discípulos al servicio de la vida plena’ (2009).

[5] EG. 27

[6] Los tres textos son: Sobre la Acusación de sí mismo (1984) Prólogo de Las Cartas de la Tribulación (1987) y ‘Silencio y Palabra’ en Reflexiones en Esperanza (1992). Ver Diego Fares SJ, ‘Contro lo spirito del ‘Accanimento’’, La Civiltà Cattolica 2018 II 216-230, #4029 (5/19 maggio 2018)

[7] EG 7

[8] Francisco, ‘Lettera a chi non crede. El Papa Francisco responde al periodista Eugenio Sclafari”, La Repubblica, 4 de setiembre, 2013

[9] ‘Es posible ser santos’, en Spadaro (ed) En Tus Ojos … pp 406-413

[10] Almuerzo con los Cardenales de Brasil, la Presidencia CNBB y los Obispos de la Región, Palacio arzobispal São Joaquim, Rio de Janeiro, 27 de julio de 2103

[11] EG 39

[12] EG 8

[13] Christoph Theobald SJ, Urgences Pastorales: Comprendre, Partager, Réformer (Bayard, 2017) pp 68-69

[14] Rodney Stark, The Triumph of Christianity: How the Jesus Movement Became the World’s Largest Religion (HarperOne 2012)

[15] ’Volver a las raíces de la fe: la misión como propuesta y desafío’ (2008) en Spadaro, En Tus Ojos … 745-754; EG 30.

[16] ‘Acerquémonos a las diferencias’ (2001), en Spadaro (ed) En Tus Ojos… pp 165 et seq

[17] MV 9

[18] James Keenan, ‘The scandal of mercy excludes no one’, Thinking Faith, 4 de diciembre de 2015

[19] Homilía, Campo grande de Ñu Guazú, Asunción, 12 de julio de 2015

[20] Referencia pendiente

[21] AL 37

[22] EE 336

[23] ‘Él llama a cada una por su nombre y las hace salir’, en Spadaro (ed) En Tus Ojos … pp ??

[24] Carta del Santo Padre Francisco a los obispos de Chile luego del informe del S.E. Mons Charles J. Scicluna, 8 de abril de 2018, publicado por el Vaticano, 11 de abril d 2018.

[25] Riccardo Cristiano, ‘Bergoglio e l’enciclica…cilena’, www.reset.it, 20 de junio de 2018.

[26] Discurso del Santo Padre, Catedral de Santiago, 16 de enero 2018. Sobre la guía de Francisco a la Iglesia chilena, consultar Austen Ivereigh, ‘Discernment in a time of tribulation: Pope Francis and the Church in Chile’, Thinking Faith, 8 de mayo de 2018.

[27] Francisco, ‘Al pueblo de Dios que peregrina en Chile’, May 31, 2018.