Pueblos originarios y pueblo mapuche, una reflexión necesaria. Por Carlos Martínez Sarasola


Compartí

Pueblos originarios y pueblo mapuche, una reflexión necesaria. Por Carlos Martínez Sarasola Compartí

Pueblos originarios y pueblo mapuche, una reflexión necesaria

Por Carlos Martínez Sarasola*

Los sucesos que involucraron en los últimos meses a los pueblos indígenas en la Argentina (conflictos territoriales diversos; la muerte de Santiago Maldonado en ocasión de una represión de un escuadrón de Gendarmería en la provincia de Chubut; los reclamos para prorrogar la ley 26.160 de emergencia territorial; etc.) han evidenciado una vez más que la cuestión de las tierras y territorios indígenas sigue siendo una gran asignatura pendiente del Estado y la sociedad, y que amerita una solución que no puede postergarse por mucho tiempo más.

 

Por estos días además, aprovechando la difusión de estas situaciones críticas, en muchos medios de comunicación aparecieron posiciones anacrónicas que demuestran que ciertas perspectivas racistas y antiindígenas gozan de buena salud en la Argentina. Estas posiciones han hecho especial hincapié en el pueblo mapuche, con falacias y desconocimientos que producen mucha confusión y una peligrosa distorsión de los hechos históricos.

Mapuches, pueblo originario

La aseveración de que el pueblo mapuche no es originario del actual territorio argentino y sí en cambio de Chile, se ha escuchado mucho estos últimos meses por comunicadores, ensayistas y “opinadores” varios, quienes afirman que “los mapuches son chilenos”.

A veces estas voces parecen transformarse casi en una campaña antimapuche, con generalizaciones vertidas con una superficialidad alarmante sobre un universo de más de doscientas mil personas y decenas de comunidades y organizaciones en Pampa y Patagonia.

Estas aseveraciones son extemporáneas y falaces. Los actuales límites políticos de los Estados nacionales y aun los supuestos límites naturales como la Cordillera de los Andes, no lo fueron ni lo son para los pueblos indígenas que vivían y viven en otra territorialidad, en espacios de intercambio y encuentro.

Por otra parte, la presencia del pueblo mapuche en lo que hoy es el territorio argentino está demostrada desde mucho tiempo antes del siglo XVI, con activos intercambios con el pueblo tehuelche, el que, dicho sea de paso, también iba y venia a través de los Andes. La crónica más antigua de que disponemos es de Juan de Garay, quien en 1582 en las cercanías de Cabo Corrientes -actual ciudad de Mar del Plata- “vio a indios con mantas tejidas que según los informantes provenían de Chile” (Juan de Garay, “Carta al Consejo de Indias”, Mandrini y Ortelli 2002). A partir de ahí muchas crónicas se suceden confirmando estas primeras impresiones (Schindler, 1972-1978).

Esta antigua presencia está también demostrada por los registros arqueológicos. La más reciente información da cuenta de un hallazgo consistente en el entierro ancestral de una mujer que los arqueólogos han dado en llamar “la doncella de los Siete Manzanos”, que reveló una antigüedad de 1300 años en San Martín de los Andes, Neuquén, y ADN compatible con la actual etnia mapuche. Más allá de que desde hace mucho tiempo se tiene constancia de la presencia de este pueblo en el actual territorio argentino antes de la llegada de los españoles, la existencia de restos de esa antigüedad es una certificación más que contundente.

También hemos escuchado decir a algunos negadores del carácter originario del pueblo mapuche que esa denominación es muy reciente -fruto incluso de convenciones antropológicas- y que históricamente eran conocidos como “araucanos”. Debemos aclarar que muchas de las denominaciones con que se ha conocido a los pueblos indígenas han sido dadas por otros pueblos hermanos o por los conquistadores. Es precisamente el caso de los españoles, que denominaron a diferentes pueblos bajo el rótulo de “araucanos”, por estar asentados en la zona de la Araucanía. Pero no era esa la autodenominación (etnónimo) de los indígenas, sí en cambio la de mapuches.

Tampoco es cierto que la denominación de “mapuche” sea algo reciente y/o una construcción académica. Basten solo dos ejemplos:

  • el Informe que escribe en 1805 el comandante Miguel Teles Meneses respecto del tratado suscripto con caciques pehuenches y puelches en la frontera mendocina tiene una particularidad: en él aparece la primera mención a caciques “mapuches” en un texto en el actual territorio argentino (Roulet 2016:31 y 418);
  • el “Mapa Nro 1: Territorio de los Indios Pampas, Mapa Histórico”, confeccionado por el Dr. V. Martin de Moussy, y publicado en 1865, consigna en las pampas argentinas a varias etnias: moluches, ranqueles, aucas, y “mapo-ches” (sic), entre otras (Secretaria de Trabajo y Previsión 1945:38).

Estas pocas referencias que señalamos a modo de ejemplo deberían complementarse por supuesto con ensayos clásicos muy pormenorizados -lo que no es objeto del presente articulo-, que dan cuenta de la historia del pueblo mapuche y la precisión acerca de las denominaciones impuestas y las autodenominaciones. En virtud de todo lo expuesto, la condición de pueblo originario y preexistente de los mapuches está para mí fuera de discusión.

La cuestión territorial y el límite de la violencia

Hemos visto también con preocupación en los últimos tiempos que muchas veces se ha tomado con sorna la aparición de grupos étnicos y comunidades que anteriormente no se reconocían como tales. Pues bien, es necesario informar que el concepto de indígena ha variado mucho en las últimas décadas, avalado no solo por las propias organizaciones y comunidades, sino por la legislación nacional e internacional e incluso por las políticas públicas de los Estados.

Esto incluye el respeto al principio de la autoidentificación o autoadscripción; el aceptar la condición de “urbanos“ de muchos de estos hermanos e incluso reconocer la particularidad de muchas comunidades de no poseer territorio, del cual fueron despojados en la mayoría de los casos por los procesos históricos de conquista y subordinación a que fueron sometidos. Este novedoso surgimiento de pueblos y comunidades indígenas es lo que en antropología se conoce como procesos de reetnización o emergencia étnica.

Los históricos reclamos indígenas y la asignatura pendiente del Estado argentino a que hacemos referencia más arriba, son así las dos caras de una misma moneda, en cuya raíz están las sucesivas quitas de tierras y territorios.

Últimamente y si bien la cuestión tiene alcances nacionales por manifestarse en muchos puntos del país, han pasado a primer plano las disputas en comunidades mapuches. En algunos de estos conflictos puede haber casos controvertidos y que será menester estudiar con la participación de todas las partes involucradas, pero esto no debe ocultar que es imperioso atender el reclamo indígena basado en una legitimidad de origen luego de siglos de despojos, migraciones forzadas e inestabilidad permanente de la posesión comunitaria de sus tierras.

Algunos de estos conflictos han sido utilizados para efectuar riesgosas generalizaciones sobre los mapuches, tildándolos de violentos y acusándolos incluso de tener como objetivo la secesión del Estado argentino. Si bien es cierto que hay algunos grupos que están en esa línea confrontativa, son expresiones muy minoritarias y no representativas de la totalidad del pueblo mapuche; de ahí que es un grave error persistir en dichas generalizaciones.

Es más. Hace un tiempo y en el clímax del conflicto de Cushamen, importantes autoridades y organizaciones originarias de la Patagonia, Puel Mapu -sin dejar de señalar críticas al Estado y el gobierno, de los cuales lo menos que se espera es el no uso de la violencia-, fijaron posicionamiento frente al “drama o grotesco llamado Resistencia Ancestral Mapuche, RAM”, del cual se diferenciaron resaltando “la no violencia como método de reivindicación de derechos en un marco constitucional que los incluye”.

Los pueblos indígenas saben muy bien la violencia que han sufrido por generaciones. Los genocidios, los etnocidios, las destrucciones comunitarias están aún frescas en la memoria colectiva. Ellos saben muy bien que el camino de la violencia en un contexto como el actual es algo superado.

Y sería importante como contrapartida que el Estado, el gobierno y la sociedad pusieran lo suyo, para terminar con desconocimientos, estigmatizaciones, desvalorizaciones y riesgosas generalizaciones de los originarios en general y mapuches en particular, lo que sumado a los justos reconocimientos de sus tierras y territorios contribuiría sin dudas a la consolidación de un espacio común de convergencias, intercambio y enriquecimiento mutuo. Un espacio digno de una sociedad pluricultural con respeto por las diferencias, para convivir en justicia y paz.

Referencias

“Autoridades originarias fijan posición frente al RAM.” http://www.elorejiverde.com/toda-la-tierra-es-una-sola-alma/3125-autoridades-originarias-fijan-posicion-frente-al-ram

“Jones Huala, pueblos indígenas y violencia: confusión y aclaraciones.” http://www.elorejiverde.com/el-don-de-la-palabra/3015-jones-huala-pueblos-indigenas-y-violencia

“La doncella de los Siete Manzanos.” http://www.elorejiverde.com/toda-la-tierra-es-una-sola-alma/1317-la-doncella-de-los-siete-manzanos

Bengoa, José, Historia del Pueblo Mapuche. Santiago, ediciones Sur, 1987.

Mandrini, Raul y Ortelli, Sara, “Los ‘araucanos’ en las pampas (1700-1850).” 2002. http://www.estudiosindigenas.cl/images/_publ/Mandrini-Ortelli.pdf

Martínez Sarasola, Carlos, Nuestros paisanos los indios. Buenos Aires, Del Nuevo Extremo, 2013.

Roulet, Florencia, Huincas en tierra de indios. Buenos Aires, Eudeba, 2016.

Schindler, Helmut, “Tres documentos del siglo XVII acerca de la población indígena bonaerense y la penetración mapuche.” En: Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología, Buenos Aires,1972-1978.

“El problema indígena en la Argentina”, Buenos Aires, Secretaria de Trabajo y Previsión, 1945.

 

  • Antropólogo (UBA), especializado en la etnohistoria de Argentina y de la frontera como metáfora de la construcción del país. Profesor del instituto.