“La amistad de Sarmiento y Avellaneda”, por María Marta Larguía Avellaneda
Por María Marta Larguía Avellaneda
Bisnieta de Nicolás Avellaneda
Bibliotecaria de bibliotecas particulares
Conferencia pronunciada en el Salón auditorio
del Automóvil Club Argentino
LA AMISTAD DE SARMIENTO Y AVELLANEDA

Uno de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia, es de cuando iba con mi madre a casa de mi abuelo Nicolás Avellaneda, el hijo del Presidente.
Era como entrar en la Historia Argentina. El nos hablaba de las tradiciones familiares, nos enseñaba la “Oración a la Bandera” de Avellaneda y daba un premio al nieto que la supiera de memoria y la dijera mejor.
Hela aquí:
“Esta bandera es, sobre todo, la bandera de la Nación, y pueblos compuestos de millones y millones de hombres libres seguirán inclinando su frente a su paso, hasta la terminación de los siglos.
Levantemos los corazones para saludarla en su heroísmo de ayer, en su noble simplicidad de hoy y en su futura y portentosa grandeza.
Vamos ahora a cobijarnos todos bajo sus pliegues y pidámosle que calme las pasiones rencorosas, que haga brotar a su sombra la virtud del patriotismo, como en otro tiempo el laurel del guerrero, y que conduzca a su pueblo por la paz, por el honor, por la libertad laboriosa, hasta ponerlo en posesión de sus destinos, que le fueron prometidos por Belgrano al hacerla flamear sobre su cuna”
Hoy quiero hablar de Sarmiento y Avellaneda, y al acercarme a ellos en el pensamiento, vuelvo a sentir las mismas emociones de mi niñez.
Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda no fueron hombres perfectos. Esos hombres no existen. Tuvieron defectos y cometieron errores como cualquier ser humano. Pero fueron dos personas extraordinarias; todo en sus pensamientos fue caudaloso y también sonoro…
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