ADIÓS A ROBERTO MATTÍO


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Desde el ICC – Instituto de Cultura lamentamos el fallecimiento el 23 de junio de 2025 de Roberto Mattío, quien fue director de la sede Belgrano de nuestra Diplomatura en Cultura Argentina entre el 2019 y el 2023, además de egresado de ese programa y alumno de la Diplomatura en Historia Argentina.

Compartimos una semblanza especialmente escrita por Roberto Bosca, director académico de nuestro Instituto.

Roberto Mattío

In memoriam

Lo conocí a Roberto hace muchos años, en los comienzos de la Universidad Austral. Aunque ambos estuvimos a cargo de diferentes facultades, pronto nuestra relación excedió la propia de nuestras respectivas  funciones.

No faltaban ocasiones de encontrarnos, más allá de las reuniones académicas, tantas veces ante sendos cafés compartidos en el clima de la confidencia, cuando no existía nada de lo que ahora es la universidad, cuando todo estaba por hacer.

No lo recuerdo en actitud de amilanarse ante las dificultades que ciertamente no faltaban. Ni una sola vez vi en él un gesto destemplado, un rictus que denunciara aunque mas no sea un indicio de estar atravesando una tribulación, y ciertamente no es que escasearan desafíos como montañas.

Nunca escuché de él una queja, y si tenía que hacer alguna observación de algún sentido crítico era para mejorar algo. Siempre era con un enfoque positivo que apuntaba a una solución.

No recuerdo haber visto enojarse a Roberto, y no era porque tuviera alguna debilidad de carácter. Para dirigir un organismo y mucho más un colectivo de intelectuales, incluso como lo es una universidad en pleno crecimiento, hay que poseer firmes convicciones y resolución de ánimo.

Al contrario, su talante de buen humor me hacía olvidar los problemas  con su saludo siempre cordial, con una sonrisa que parecía borrar cualquier nube oscura en el horizonte.

Debo decir que daba gusto estar con él, y al lado suyo la existencia cotidiana siempre adquiría un sentido peculiar en un clima sereno y amigable.

Después que terminó nuestro periodo universitario, volvimos a juntarnos en el Instituto de Cultura. Se inscribió como alumno, él que era todo un profesor y que hizo de la enseñanza una vocación plenamente asumida.

Tanto en la universidad como en el instituto, en el que fue varios años director de una de las sedes, se veía en él su dedicación ejemplar a las clases y en el trato con los alumnos y profesores, el estar en todos los problemas y también en los detalles.

Su capacidad intelectual puesta a prueba en una exitosa vida profesional dejó lugar a su talento organizativo, a su dedicación para solucionar las pequeñas y grandes dificultades por las que atraviesan de ordinario las vidas de las personas, en una vocación de servicio callada y sin ruidos.

De nuevo, en el instituto todo empezaba de la nada. De nuevo, la calidez de Roberto fue  para mí como una caricia para el alma.

Muchos lo habrán tratado más intensamente y podrán hablar de él de una manera más sutil y compleja y desde luego más profunda y más completa.

Podrán discernir mucho más y más apropiadamente de él por ejemplo su  convivencia en sus relaciones familiares, pero a mí solamente me cabe el testimonio de una persona que pasó a su lado y vio en él brillar las virtudes.

El Papa Francisco ha hablado de la santidad cotidiana, la de los padres de familia y en general la de las personas cuyas existencias transcurren sin aspavientos y sin aparecer en los diarios. El papa los llama los santos de la puerta de al lado.

Roberto era uno de ellos.

En mi caso, quiero quedarme con esa compañía discreta, que jamás irrumpía sino que era como una llama silenciosa que brindaba su  luz y su calor sin que apenas se percibiera su existencia.

Las personas más valiosas no son las que hacen grandes cosas, aunque Roberto las hizo y muy buenas. Pero lo que nos queda de ellas es algo mucho más valioso que un gran invento o un gran libro.

Lo que ellas nos dejan no es sino su suave perfume en las pequeñas cosas que trazan la trama del existir en la vida cotidiana.

Son esas personas las que verdaderamente mejoran el mundo, porque nos dejan mejores, son las que hacen de nuestra convivencia una realidad mejor de la que la encontraron.

Pocas veces las veremos en los palcos de honor ni son objeto de condecoraciones en las grandes ágoras de la sociedad, pero su legado es mejor que un Premio Nobel.

Su herencia que hacemos nuestra es algo muchísimo más valioso que el oro, es el amor que dejaron en los corazones de los demás.

Roberto Bosca