San Miguel de Tucumán, ciudad de congresos


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* Por Liliana Massocco

A raíz del recientemente finalizado Congreso Eucarístico Nacional y del próximamente celebrado bicentenario del Congreso de Tucumán, a partir del cual se independizó nuestra patria, recordé las visitas que hacía de niña a esa ciudad, cuando acompañábamos en familia a mi padre, farmacéutico, a los congresos de su profesión o de cooperativismo, actividad de la cual fue un gran impulsor.

Nos hospedábamos en la residencia universitaria de Horco Molle, en San Miguel de Tucumán, desde donde recuerdo haber visto por televisión el primer alunizaje, allá lejos y hace tiempo…

En ocasión de esas jornadas académicas, mientras mi padre participaba de las presentaciones  y los debates, me dedicaba a jugar en los jardines de la residencia, que tenían incontables árboles frutales o, cuando llovía, a contemplar desde las ventanas el verde intenso de las yungas y la vegetación tropical del Cerro San Javier.

¿Qué significa Horco Molle? El nombre deriva del gigantesco árbol (Blepharocalyx gigantea), que en quechua significa “molle del cerro”. Tiene un tronco de 1,5 metros de diámetro y llega a medir 30 metros de altura.

Las hojas son de un color verde brillante y al frotarlas  desprenden un agradable aroma. Sus flores son muy pequeñas, al igual que sus frutos, carnosos, que sirven de alimento a las aves, distribuidoras de sus semillas.

A 15 Km. de San Miguel de Tucumán, en las cercanías de la localidad de Yerba Buena, está la Reserva Experimental Horco Molle (REHM),  un área natural protegida, con fines educativos y de rescate y rehabilitación de fauna autóctona de Tucumán y el NOA.

Está rodeada por el esplendor de las yungas, una de las selvas con mayor biodiversidad del mundo (70 especies de mamíferos y 200 especies  de aves). Fue creada en  1986, para que la Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo contase con un laboratorio de campo donde se pudieran desarrollar actividades y proyectos de investigación de las carreras de biología, geología y arqueología, y a su vez concientizar al público a favor de la conservación del medio ambiente.

De las 200 hectáreas que tiene esta reserva, 18 están cercadas y son el hábitat de fauna autóctona. Entregan a sus responsables, para su rescate y rehabilitación, muchos animales –patos, monos, tortugas, lagartos- que, criados como mascotas, han perdido sus instintos naturales y no podrían sobrevivir en libertad. Allí se los deja junto con otros ejemplares de su especie para, una vez recuperados, puedan volver a su ambiente natural.

Hay  aves, mamíferos y reptiles, pero los ejemplares más resguardados son el tapir y el oso hormiguero, porque están en extinción.

El “Jardín de la República”, como ciudad de congresos o para disfrutar de sus bellezas naturales, bien merece una visita.

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