Esta primavera de 1945, en Buenos Aires


Compartí

Esta primavera de 1945, en Buenos Aires Compartí

* Por Silvina Ocampo

Hoy, en la sombra tibia, con detalles,
en la inscripción de tiza, en la basura,
lloro la suerte de mi patria, oscura,
entre los paraísos de las calles.

Esas molduras pálidas de acanto,
esas flores violetas en el suelo
muestran su imagen a través de un velo
que enturbia el puro goce de mi canto.

¡Con qué impudicia la naturaleza
no suspende una sola de sus rosas!
Como cuando alguien muere: en estas cosas
pensamos en las horas de tristeza.

He oído como en sueños a un tirano
con una quejumbrosa exultación
interrumpir la noche, en un balcón,
amenazando un trágico verano.

En distintas ventanas de las casas
he visto disparar ciegos caballos,
y elevarse los sables como rayos
castigando a mujeres en las plazas.

Vi morir a estudiantes tristemente,
asesinados por la policía:
y en la profundidad azul del día
la cobardía, abyecta, impenitente.

Yo vi una turba histérica, incivil,
que a la Casa Rosada se acercaba,
mientras que en la memoria se mezclaba
como un recuerdo, ya, el presente hostil.

El niño envuelto en una azul bandera
y los caballos inocentemente
acompañaban a esa triste gente
que escribía palabras en la acera.

Por esas mismas largas avenidas
ángeles nunca vistos en las puertas
surgieron de las casas descubiertas
al oír nuestras voces encendidas.

Quise pintar avergonzada a Clío
escondiéndose el rostro con el brazo,
en el fondo apenado del ocaso
allá por donde acaba el caserío.

De las provincias y gobernaciones
llegan hasta mi oído los clamores
tan melancólicos, entre las flores,
y siento en mí crecer los corazones

de este país tan grande como el mundo.
¡Oh, desolada confusión del día,
que ha transformado en odio la armonía
de un territorio plácido y profundo!

En las confiterías, en los coches,
en los confines de los arrabales,
en arcanos y férvidos umbrales
con plantas, en las casas, en las noches

de terrenos baldíos y de luna
donde se adoran las palomas quietas
en las últimas pálidas glorietas,
en la luz del amor, en la infortuna,

en los gomeros hondos y en la reja,
en la sombra del río, en la pobreza,
en los jardines siento esta tristeza.
Es la voz de mi patria que se queja.