Teyú Yaguá (Lagarto Perro o Yaguarón)


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Teyú Yaguá (Lagarto Perro o Yaguarón) Compartí

* Por Carlos A. Ruiz

 

Ancho el río cabrillea 

conturbado por la brisa, 

y en él la forma indecisa 

de un monstruo se balancea. 

Verdoso, enorme, voltea 

el cuerpo se hunde, se oculta, 

resurge, el líquido abulta, 

borbollando por sí mismo, 

y de nuevo en el abismo 

el chato lomo sepulta. 

 

EL YAGUARÓN (Fragmento) Rafael Obligado. 1905

El 11 de marzo de 2016, la Universidad de Birmingham, en el Reino Unido, en su newspaper, publicaba la noticia de que un conjunto de científicos de tres universidades brasileras y de esa universidad habían descubierto a principios de 2015 una nueva especie de reptil de 250 millones de años de antigüedad en Brasil.[1]

El reptil fue denominado “Teyujagua paradoxa”.

Dibujo que acompaña el informe;  newspaper  de la Univ. de Birmingham, marzo 2016

El informe habla de la valiosa información que proporciona el fósil, sobre cómo era la vida justo antes de la aparición de los dinosaurios. El “teyú yaguá”[2], en la etnia guaraní, que significa “lagarto-perro”, resulta ser el pariente más cercano del grupo que dio origen a los dinosaurios, cocodrilos y aves. Según el informe de la mencionada universidad, el “Teyujagua paradoxa” era un cocodrilo de tamaño pequeño, cuadrúpedo y de unos 1,5 metros de longitud. Sus dientes curvados y puntiagudos indican que seguía una dieta carnívora.

Las fosas nasales se colocaron en la parte superior del hocico, una característica típica de algunos animales acuáticos o semiacuáticos, tales como los cocodrilos de hoy en día. Teyujagua probablemente vivía en los márgenes de lagos y ríos, cazando anfibios y pequeños reptiles extintos similares a los lagartos.

Justo antes de que llegase al mundo este cocodrilo, se perdió alrededor de un 90% de las especies, lo que permitió que animales como este tuvieran la oportunidad ideal para expandirse y dar lugar a otras especies. Reptiles como este y sus parientes cercanos se convirtieron en los dominantes de la Tierra y a partir de ellos surgieron los dinosaurios.

Según el mencionado artículo, el fósil muestra “… una combinación de características que nunca habíamos visto hasta ahora, lo cual indica que Teyujagua se ubica en un lugar único del árbol evolutivo de un importante grupo de vertebrados”.

He aquí el pasado del Teyú-yaguá o también “el Yaguarón”, si bien aparentemente esta denominación correspondería para otro fantástico animal, con cuerpo de lagarto, al igual que el Teyú Yaguá, pero con cuatro o siete cabezas según la versión. En Paraguay, el vocablo “Yaguayurú”[3], alude por analogía al valle situado entre el cerro de Yaguarón y el de Curupayty, sobre cuya colina se localiza el pueblo de Yaguarón. El cerro de Yaguarón tiene la forma de un enorme “Yaguá” (perro grande-lobo-tigre) en actitud de acecho a su presa. Sus fauces tienden a tragarse el cerro vecino, el Curupayty.

Cerro Yaguarón – Paraguay

Los nativos pobladores lo denominaron “Yaguayurú” primero, luego “Yaguarú”, más tarde “Ñaguarú” y finalmente “Yaguarón”. El término proviene (según la referencia citada) de “Yaguá Roví”, perro jaguar o perro tigre, de pelaje azul brillante, personaje de la mitología guaraní, que bajaría a la tierra para devorar a los individuos de la raza al consumarse el fin del mundo. Llega hasta nuestros días el Teyú Yaguá, monstruoso reptil mitad lagarto y mitad perro que en la imaginación popular habitó en época remotísima en las abismales entrañas del legendario cerro de Yaguarón.

Según la mitología guaraní, “Teju-Jagua” fue el primer hijo de Tau y Kerana, y tenía la forma de un enorme lagarto con cabeza de perro. Se lo consideraba el dominador de las cavernas. Su guarida la tenía en uno de los abismos del legendario cerro de Yaguarón[4]. Dicen que llevaba a sus víctimas a lo más profundo de la caverna para devorarla. Otra versión indica que a causa de su pesado cuerpo, no podía hacer grandes esfuerzos, y los habitantes del cerro dicen que se alimentaba de frutas y miel silvestre.

Por ser hijo de Tau y Kerana, era hermano de Jasy Jateré, quien lo llevaba a remojarse y a beber en los arroyos de la zona. En su libro Folklore del Paraguay, Paulo Carvalho Neto[5] menciona la leyenda de un portugués que se estableció en Villa Rica del Espíritu Santo y se casó con una mujer del lugar.

Edificó una amplia casa, con laberíntica forma, en la cual vivía casi aislado, y con su familia encerrada bajo llave. Como este adinerado caballero, algo estrafalario por cierto, mantenía relaciones con muy pocas personas y no salía casi nunca de su casa, rápidamente se corrió la voz de que lo que tenía oculto en el laberinto de su vivienda era ni más ni menos que un Teju Jaguá, al que cebaba para algún día lograr realizar algún maléfico plan. Pronto esta leyenda tomó fuerza y todo el mundo la creyó hasta el extremo de no pasar de noche siquiera cerca de la vivienda en cuestión, por miedo al “monstruo devorador de hombres e invencible poder destructivo“.

El Teju Jaguá en el Museo “Ramón Elías”, de la ciudad de Capiatá, Paraguay.

Otra versión dice que el Teyú-Yaguá es un lagarto-jaguar, con siete cabezas de tigre y cuerpo enorme de lagarto. El dorso es una coraza que resplandece de dorado y las cabezas son cada una de diferente color: negro, rojo, amarillo, azul, etc.

Las caras muestran los dientes simultáneamente, cuando miran para todos lados. Los ojos carecen de pupilas, y en lugar de ellas se ve como una especie de fuego. Mora en el bosque vecino al cerro al que le han puesto su nombre. Cuando se escuchan sus rugidos, tiembla la tierra y se desmoronan piedras de la cima del cerro: ello ocurre si hay amenaza de que  está al caer la lluvia y se levanta un oscuro viento fuerte, en el centro del cual dicen que viene el propio demonio.

Dicen por último, que es imposible mirar al Lagarto Jaguar; y si acaso existe alguien que lo hace, de inmediato queda ciego, sin volver a ver la luz hasta morir.

TEJU JAGUA – Escultura de Edil Thrudis Noguera. – Cerámica popular paraguaya

Como se dijo anteriormente, la mitología guaraní lo define como el mayor de los hijos del maléfico Tau y la bella y dormilona Kerana, unión maldecida por Arasy, dueña de los cielos. Es por esta razón que tanto él como sus seis hermanos fueron monstruos que asolaron las pesadillas de los habitantes del litoral y continúan haciéndolo hoy en día. La confusa descripción que lo dibuja como lagarto con siete cabezas de perro o jaguar o bien como un gigante lagarto con cabeza de perro, y que gracias a la intervención de Tupá, dios supremo, no come humanos, sino frutas y hojas varias (aunque en el imaginario popular es temido por incluir en su dieta cada tanto algún desprevenido caminante) es producto de la diversidad de las fuentes.

En definitiva, lagarto con siete o cuatro cabezas de felino o lagarto con cabeza de perro, este antepasado de los dinosaurios tiene como habitual, según los habitantes del litoral, derrumbar las barrancas de los ríos, para lograr que sus descuidadas presas caigan en sus fauces.

Berta Elena Vidal de Battini,[6] en su cuento Nº 2303, refiere una leyenda que se mantiene aún viva en Santo Tomé, provincia de Corrientes, a orillas del río Uruguay:

Dice que quí, en Santo Tomé, un sacristán cuidaba a una viborita. Un día, él, bañándose, dice que la viborita le apareció. Él la cuidó. Él iba todos los días, a una hora especial, y le daba comida. La víbora se crió muy grande. Dice que era como víbora y la cabeza como perro. Ése é el teyú-yaguá. En Santo tomé saben todos. Dice que es cierto. Dice que era cerca de la Marina[7]. Dice que ahí hay sótano, que quisieron entrar pero, no se puede. Que hay sótano que hicieron lo jesuita, que va desde la iglesia hasta el río.

Dice que el padre, el sacerdote, supo eso y lo trajo preso al sacristán.

Y al otro día cuando él no apareció a darle de comer, la víbora salió rompiendo la tierra. Vino hasta la iglesia donde lo tenían preso al sacristán y lo llevó. Y no se supo más nada de él. Por eso quedaron esos zanjones en Santo Tomé, porque partió la tierra por dónde anduvo el teyú-yaguá enojado.

Y es cierto, dicen todo. Eso zanjone de Santo Tomé son hachos por el teyúyagua.

Dice que el teyúyaguá protege a lo que lo crían.”

La narración fue tomada en el año 1952 de un adolescente de 15 años, según consigna Berta Elena Vidal de Battini (ob.cit). También en una nota posterior, le añade alguna similitud a la leyenda de “El Familiar”, o sea un animal diabólico que se cría secretamente para lograr las mayores riquezas en los bienes personales, que ha tenido gran difusión en el país.

De Santo Tomé, el profesor Jorge Acuña narra el mismo cuento, con un poco más de detalle y más sofisticado:

“…Un día, un sacristán de la Iglesia paseando por los senderos abiertos, cercanos del poblado, se encontró con un claro entre medio del monte. Allí había una laguna, pero le llamó la atención que algo se movía en el agua, y cuál fue su gran sorpresa al ver salir del agua y dirigirse hacia él una especie de lagartija, con una cabeza no muy bien definida, de una especie rara.

El sacristán la tomó en sus manos y la colocó dentro de una guampa y se la llevó a su vivienda.

Allí la alimentó hasta que un buen día, al llegar a su humilde vivienda y entrar en su dormitorio, se encontró con una hermosa mujer que, con dulces palabras le dice: – si quieres oro, plata, diamantes y mucha riqueza, vuelvo a entrar en la guampa, y me llevarás dónde yo te indique.

Los Padres de la Compañía venían observando en el sacristán un extraño comportamiento, y lo siguieron y le descubrieron. El sacristán fue preso y el animalito desapareció.

Lo juzgaron y lo condenaron, y cuando se aprestaban a someterle al castigo corporal, como era costumbre en la época, atarlo a un tambo de espalda y darle latigazos, sintieron un fuerte ruido y un temblor de tierra, tan grande que los edificios cercanos se sacudieron todos. Esto no solamente lo sintieron ellos, sino todos los habitantes del poblado. También escucharon unos extraños y agudos gritos. Todos se persignaron y se arrodillaron a rezar. Parecía que el mismo diablo estaba haciéndose notar. En el poblado chico corrió la voz como reguero de pólvora que eso era un aviso del diablo que si castigaban al sacristán, Santo Tomé se iba a hundir.

Los sacerdotes echaron bendiciones y exorcismos para combatir el espíritu maligno que rondaba por ahí y decidieron dejar sin efecto el castigo que le iban a aplicar al pobre sacristán, al que dieron la libertad con el correspondiente perdón.

El sacristán, asustado, se alejó rápidamente del poblado, y se internó por un sendero desde donde provinieron los extraños gritos y temblores, para encontrarse con el bicho extraño que había él criado, y lo encontró distinto, pues había crecido enormemente con un cuerpo de un gran lagarto con una gran cabeza igual a la de un perro pero de mayores dimensiones, y en el camino vio que por donde el animal se arrastró se abrió en el suelo una gran zanja. El sacristán trepó en su lomo y el Teyú Yaguá dio media vuelta y regreso por el mismo surco que abrió y se encaminó al río Uruguay, que atravesó a nado llevando prendido en su lomo al sacristán. Así es que nunca más se supo de ninguno de los dos. Esas profundas huellas que quedaron y que hasta hoy se ven en unas manzanas de la ciudad, por donde salen las aguas de vertientes se convirtieron en un pequeño arroyuelo con desagüe al río Uruguay, según la tradición que se fue transmitiendo de generación en generación  de pobladores. Esto se  transformó en la famosa ´Leyenda del Teyú Yaguá´.”

Habitante de la realidad o del imaginario, en Santo Tomé, población del este correntino que cuenta con aproximadamente 25.000 habitantes, posee entre sus monumentos uno en honor al Teyú Yaguá, situado apenas a dos cuadras del centro comercial de la ciudad, en la intersección de las calles Patricio Bertrán y Caá Guazú.

Quien mostró esta estatua al autor de esta nota fue el entonces Director de LRA 12 Radio Nacional Santo Tomé, Sergio Bauer, quien refirió una versión algo más escueta que la anterior, pero no por eso menos interesante:

“…aquí en el pueblo es muy común creer en leyendas, como la del Pombero o el Yaci Yateré[8], pero localmente tiene mucho arraigo una referida al Teyú Yaguá, el ´lagarto-perro´ como dice la traducción literal del guaraní. Había en época de las Misiones Jesuíticas un sacristán que logró amaestrar un Teyú Yaguá. Como en todos los lugares pequeños, los secretos se conocen tarde o temprano, de manera que los Jesuitas supieron de la ´mascota´ que cuidaba el sacristán. Envidiosos de él, lo encarcelaron imputándolo con falsas acusaciones. Pero transcurridos un par de días en que el sacristán no regresaba a su morada para darle de comer al Teyú Yaguá, éste fue a buscarle a la celda donde estaba encerrado, derrumbando barrancas, paredes y edificios mientras se acercaba. Libre de ataduras, el sacristán huyó con el Teyú Yaguá y nunca más se supo de ellos, quedando para el recuerdo los surcos por donde escurre el agua de lluvia hacia el río.”

Para culminar, nada mejor que el poema de Rafael Obligado, “El Yaguarón”, del cual, un fragmento ha sido puesto al principio de este trabajo, y que fuera publicado en 1905:

El Yaguarón

¡Quién dijera, al verle ahí 

tan apacible y rendido, 

que este Paraná querido 

tuviera infamias en sí! 

Todo en el mundo es así: 

la belleza, de luz plena, 

la niñez y la azucena, 

todo en cieno se convierte, 

a todo arroja la muerte 

el polvo de que está llena… 

 

Bajando Juana María, 

puesta en jarras, la barranca, 

un lío de ropa blanca 

en la cabeza traía. 

Va con franca bizarría 

imponiendo su hermosura; 

y al descender de la altura, 

suelta la falda tan bien, 

que oscila y cruje al vaivén 

de su redonda cintura. 

 

¡Hay que ver con qué mirada, 

a tan gentil desparpajo, 

la envuelve de arriba abajo 

hecha una ascua la mozada! 

Ella, a quemarla habituada, 

sigue, dando a su atavío 

el mismo rumboso brío 

que harto sabe le conviene, 

y así llega adonde tiene 

la batea junto al río.

 

Sobre las ropas ajenas 

vierte el agua reluciente, 

y en su seno transparente, 

con un pan de jabón llenas, 

crispa las manos morenas, 

frota de uno, de otro modo, 

bate, tuerce, enjuga todo… 

y por las carnes de rosa, 

blanca espuma globulosa 

le va subiendo hasta el codo. 

 

¡Con qué afán, con qué agasajo 

y apasionada terneza, 

la santa naturaleza 

bendice en ella el trabajo! 

En cada árbol no hay un gajo 

que no se agite en su honor; 

las islas, de cada flor 

le dan fragancia; el jilguero 

le canta el himno sincero 

del antiguo trovador. 

 

Quiere así la primavera 

rendirle todas sus galas, 

que se mueven muchas alas 

honrando a la lavandera… 

Pero el río, en su severa 

profunda calma, desciende; 

el sol lo empapa y enciende; 

el viento apenas lo riza; 

y hondo y mudo se desliza 

el gran Paraná y se extiende. 

 

No observa Juana María 

que a sus pies, precisamente, 

hierve entonces la corriente 

con más hervor que solía; 

no ve que el río aquel día 

tiene extraños movimientos, 

ni que eléctricos, sangrientos, 

de infame plétora rojos, 

bajo las aguas, dos ojos 

la miran fijos y hambrientos. 

 

Ancho el río cabrillea 

conturbado por la brisa, 

y en él la forma indecisa 

de un monstruo se balancea. 

Verdoso, enorme, voltea 

el cuerpo se hunde, se oculta, 

resurge, el líquido abulta, 

borbollando por sí mismo, 

y de nuevo en el abismo 

el chato lomo sepulta. 

 

Al oído de la obrera, 

de allá muy hondo, muy hondo 

vago llega desde el fondo 

un ronco bramar de fiera; 

sonidos que se dijera 

ser lamentos gemebundos; 

otras veces, iracundos 

desgarrones, golpes vivos 

de zarpazos convulsivos, 

en socavones profundos. 

 

Juana va a huir, todo siente… 

¡Y arroja un grito, y se aterra, 

al ver que se hunde la tierra, 

quebrándose de repente!… 

Un remolino rugiente 

salta del río, la alcanza, 

la derriba; se abalanza, 

todo inunda, todo huella, 

y, envuelto en lodo, con ella 

al hondo cauce se lanza… 

 

A poco, manso y sereno 

quedó el río indiferente, 

y sólo huyó, en la corriente, 

una gran mancha de cieno. 

Siguió el bosque siempre ameno, 

su eterna y rítmica pieza; 

siguió dando a la belleza 

el jilguero sus canciones, 

y echando sus bendiciones, 

la santa naturaleza. 

[1] http://www.birmingham.ac.uk/news/latest/2016/03/palaeontologists-discover-new-species-reptile-Brazil.aspx-Palaeontologists discover 250 million year old new species of reptile in Brazil Posted on 11 Mar 2016

[2] Dado que el guaraní es una lengua predominantemente oral, nos encontramos con diferentes grafías referidas a una misma palabra.

[3] www.portalguarani.com

[4] Idem anterior. Montículo situado en el NO del Departamento de Paraguarí. Altura: 325 msnm.

[5] Paulo de Carvalho Neto: antropólogo, ensayista y folclorista brasilero (1923-2003). Pionero en el estudio sistematizado del folclore en América Latina.

[6] Vidal de Battini, Berta Elena, Cuentos y leyendas populares de la Argentina. Buenos Aires, Secretaría de Cultura. Ministerio de Educación y Justicia, 1984, tomo VII.

[7] La Prefectura

[8] El Pombero y el Yací Yateré son seres de la mitología guaraní, que protegen la flora y la fauna y “encantan” niños traviesos que salen a la hora de la siesta a jugar al monte.